16 febrero 2020

EMILY DICKINSON, CUANDO LOS PETIRROJOS VENGAN


EMILY DICKINSON

Emily Elizabeth Dickinson nació en Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830. 
Está considerada como una de las grandes poetisas norteamericanas, al nivel de poetas como Edgar Allan Poe o Walt Whitman.
Emily Dickinson recibió una educación reservada sólo para los varones en aquella época en el seno de una familia de fuertes creencias puritanas, 
Muy pronto decidió aislarse del mundo, manteniendo contacto solamente con unas pocas amistades, como el escritor Samuel Boswell, con quien sostuvo una larga correspondencia.
Dickinson pasó la mayor parte de su vida recluida en la casa de sus padres, sin entrar a formar parte de la vida social de las jóvenes su época.
Emily leía a diversos escritores como Nathaniel Hawthorne, Henry Thoreau, Ralph Waldo Emerson, John Keats, William Shakespeare y Emily Brönte. También leía la Biblia y trataba de mantenerse firme en su fe. 
Durante sus años de finales, vistió de blanco, color que representaba la pureza, sensibilidad y transparencia de su poesía. 
La idea del amor inalcanzable sería una constante en muchos de sus poemas.
Emily Dickinson utiliza como tema en su poesía la flora y la fauna del jardin familiar de su casa del que se ocupaba personalmente.
Son frecuentes las referencias a los petirrojos uno de sus pájaros favoritos. 
Y por esta razón el petirrojo es el pájaro que aparece con más frecuencia en la poesía de Emily Dickinson. 


CUANDO LOS PETIRROJOS VENGAN

Si no estuviera viva
cuando los petirrojos vengan,
a ese de corbata carmesí
dale una miga en mi memoria.

Y si no pudiera yo darte las gracias
por estar muy dormida,
has de saber que lo estaré intentando
con labios de granito.






















12 febrero 2020

EMILY DICKINSON, EL PETIRROJO ES EL ÚNICO

EMILY DICKINSON
Emily Dickinson nació en Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830. 

Está considerada como una de las grandes poetisas norteamericanas, al nivel de poetas como Edgar Allan Poe o Walt Whitman.

Emily Dickinson recibió una educación reservada sólo para los varones en aquella época en el seno de una familia de fuertes creencias puritanas, 
Muy pronto decidió aislarse del mundo, manteniendo contacto solamente con unas pocas amistades, como el escritor Samuel Boswell, con quien sostuvo una larga correspondencia.

Dickinson pasó la mayor parte de su vida recluida en la casa de sus padres, sin entrar a formar parte de la vida social de las jóvenes su época.
La figura del amor inalcanzable sería una constante en muchos de sus poemas.
Emily Dickinson utiliza como tema en sus poemas la flora y la fauna del jardin familiar de su casa del que se ocupaba personalmente.
Son frecuentes las referencias a los petirrojos uno de sus pájaros favoritos.

Poco a poco, Emily Dickinson se fue apartando completamente del mundo, hasta el 15 de mayo de 1866, fecha en que murió.
Poco después se encontraron en su habitación 40 volúmenes con más de 800 poemas inéditos, que con las poesías incluidas en sus cartas configuraron el total de su obra.

THE ROBIN IS THE ONE

The robin is the one
That interrupts the morn
With hurried, few, express reports
When March is scarcely on.

The robin is the one
That overflows the noon
With her cherubic quantity,
An April but begun.

The robin is the one
That speechless from her nest
Submits that home and certainty
And sanctity are best.



EL PETIRROJO ES EL ÚNICO


El petirrojo es el único
que interrumpe la mañana
con algunas noticias, rápidas y exactas,
cuando marzo apenas asoma.

El petirrojo es el único
que desborda el mediodía
con su cantidad querúbica,
cuando abril ya empieza.

El petirrojo es el único
que en silencio desde su nido
muestra que el hogar y la certeza
y la santidad son lo mejor.



10 febrero 2020

JULIO CORTÁZAR, CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS


JULIO CORTÁZAR
Julio Florencio Cortázar fue un escritor, traductor e intelectual de nacionalidad argentina.
Julio Cortázar es una de las principales figuras del llamado Boom de la literatura hispanoamericana, y obtuvo un gran reconocimiento internacional.

Aquí puedes leer "Carta a una señorita en París" que es el segundo cuento del libro Bestiario de Julio Cortázar.


CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones. 




Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.




Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.



Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta. 
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.) 

Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio. 

Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión. 

Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris. 

Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad. 

De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.) 

Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza. 

Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol. 

Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López. 

No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así. 

Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad. 

Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas). 

A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas. 

Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso. 

Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan. 

Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos. 

He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.

Julio Cortázar

08 febrero 2020

AUSTIN KLEON, ROBA COMO UN ARTISTA

AUSTIN KLEON
Este escritor nortemearicano se define a sí mismo como un escritor que dibuja.
Austin Kleon trabaja para el New York Times y es el autor de libros ilustrados sobre la creatividad en la era digital como: Roba como un artista, Aprende a promocionar tu trabajo Sigue avanzando.
Sus obras podrían ser consideradas de alguna manera como libros de auto ayuda para artistas y diseñadores.



BLACKOUT POETRY, DESTRUCCIÓN CREATIVA O POESÍA OSCURA
Blackout poetry o Poesía Blackout,  también llamada en español, poesía del apagón, destrucción creativa o poesía oscura, consiste en ocultar las palabras que no se necesitan de una hoja de libro, de periódico o de revista y dejar visibles, solo aquellas, que formarán parte del poema. 
Se puede acompañar de indicaciones sobre el orden de lectura o incluir algún dibujo o ilustración que la complete.
La destrucción creativa o poesía de apagón sepuede hacer en blanco y negro o en color.

Es una idea original del autor, dibujante y diseñador web Austin Kleon.


¿CÓMO HACER POESÍA DE DESTRUCCIÓN CREATIVA?


1º.- Busca una hoja de periódico o de un libro que esté inutilizable.

2º.- Localiza en el texto que estás usando una o dos "palabras ancla" o una frase clave.

3º.- Encuentra y destaca en el texto palabras asociadas a las palabras clave.

4º.- Desvela un mensaje oculto como en un crucigrama o en una sopa de letras.

5º.- Si quieres puedes trazar líneas para guiar a los lectores de una frase a otra.

6º.- Las reglas son tan ilimitadas como la imaginación del poeta. 




UN EJEMPLO DE POESÍA DE LA DESTRUCCIÓN 
Aquí puedes ver un ejemplo de Blackout Poetry o poesía de destrucción hecho sobre un artículo de periódico de Jaime Priede de la Huerta.



ROBA COMO UN ARTISTA


En este libro, Austin Kleon recoge diez principios para descubrir tu lado artístico.

LAS DIEZ COSAS QUE NADIE TE HA DICHO ACERCA DE SER CREATIVO
1º Roba como un artista
2º No esperes a saber quién eres para poner las cosas en marcha.
3º Escribe el libro que querrías leer.
4º Usa tus manos.
5º Los proyectos extras y las aficiones son importantes.
6º El secreto: haz un buen trabajo y compártelo.
7º La geografía ya no manda.
8º Sé amable. (El mundo es pequeño.)
9º Sé aburrido. (Es la única forma de trabajar.)
10º La creatividad también es restar.


La información para esta entrada se ha tomado de la siguiente página:



05 febrero 2020

BERTOLT BRECHT, SATISFACCIONES

BERTOLT BRECHT
Bertolt Brecht,  nacido en Ausburgo, Alemania, en 1898, es un escritor que compuso canciones y poesía y es uno de los dramaturgos más destacados e innovadores del siglo XX.
En sus obras pretende que el espectador reflexione sobre su papel en la sociedad en la que vive.
Gran amante de la música y la poesía, Brecht trató de fomentar el activismo político con las letras de sus lieder, con música compuesta por Kurt Weill.

SATISFACCIONES

La primera mirada por la ventana al despertarse

el viejo libro vuelto a encontrar
rostros entusiasmados
nieve, el cambio de las estaciones
el periódico 
el perro
la dialéctica 
ducharse, nadar
música antigua
zapatos cómodos
comprender
música nueva 
escribir, plantar
viajar
cantar 
ser amable
















02 febrero 2020

DIARIOS CREATIVOS EN LA BIBLIOTECA


DIARIOS CREATIVOS EN LA BIBLIOTECA 
Los alumnos de Lengua Castellana y Literatura de 1º y 2º de la ESO y los de Literatura Universal de 1º de Bachillerato expusieron sus diarios creativos estas Navidades en la Biblioteca del IES Ramón Menéndez Pidal de Avilés.

Aquí puedes ver un pequeño vídeo donde aparecen algunos de ellos:


Los diarios creativos tratan temas muy variados que están relacionados con los intereses de los alumnos y con las materias que estos cursan en la actualidad.



Cada alumno debe intentar adaptar el diario a su manera de ser para trabajar de manera original y creativa los temas que van surgiendo relacionados con la literatura .




En los diarios se recogen citas de autores famosos, fichas biográficas de escritores o de obras literarias, comentarios de textos, reseñas de libros...



No nos olvidamos de los temas mitológicos, artísticos o históricos, ni de los vocabularios, los tópicos literarios o los campos semánticos.




Algunos se atreven a hacer versos acrósticos y escribir lemas, aforismos, sentencias, frases hechas y refranes.

En sus diarios los alumnos visitan Mesopotamia, Egipto, China, Grecia, Roma...




A través de ellos podemos conocer mejor cómo era el teatro griego, la Edad Media, la filosofía china, la poesía de Shakespeare o la vida de autores famosos.




Otros prefieren dedicar su cuaderno a temas más personales y en ellos encontramos retratos literarios de los propios autores del diario.



Tampoco faltan descripciones de sus amigos, recuerdos de la niñez o de su lugar de nacimiento, elogios a personas queridas.



Todos los temas son interesantes y los autores de los diarios lo mismo nos cuentan las gracias de sus mascotas que escriben recetas de sus platos favoritos, nos hablan de sus vacaciones o hacen declaraciones de amor.




A algunos les cuesta encontrar la manera de expresarse por medio de estos diarios pero los amantes de la escritura hallan en ellos un lugar ideal donde incorporar sus relatos y narraciones breves y los dibujantes un sitio adecuado para sus ilustraciones.



En los diarios encontramos historias de miedos, fantasmas y casas encantadas, cuentos de navidad, de ciencia ficción y relatos de humor y de fantasía.


Algunas páginas están dedicadas al otoño y a la poesía o a la música y otras recogen canciones o películas y series favoritas y temas populares.


Naturalmente tenemos poetas que anotan sus versos en ellos, jóvenes filósofos que tratan los temas de la vida o humoristas que nos cuentan sus chistes favoritos.


Además de textos muy bien escritos, respetando con esmero las normas de ortografía, podemos encontrar en estos diarios creativos numerosas ilustraciones, dibujos, acuarelas, collages, ejercicios de caligrafía y rotulación...


Un Diario Creativo es una actividad muy satisfactoria y que está al alcance de cualquiera de nosotros.
No hace falta buena letra ni saber dibujar bien, solo se necesitan ganas de divertirte y cuidar la ortografía.


¡Anímate, échale ganas e inicia tu propio Diario Creativo este año!
Si quieres saber cómo puedes hacerlo, aquí tienes un enlace que te ayudará:
¿Cómo hacer mi diario creativo de Literatura Universal?

01 febrero 2020

MARY HIGGINS CLARK, EL LADRÓN DE LA NAVIDAD

MARY HIGGINS CLARK
Nacida en 1927 en una familia tradicional irlandesa del Bronx, en Nueva York,  Mary Higgins Clark fue una escritora de novelas de misterio estadounidense conocida como la reina del best seller  del suspense. 

Se la considera heredera del estilo de Agatha Christie en las llamadas novelas negras, policíacas, de misterio o de suspense.

Clark ha escrito más de cincuenta novelas y ha vendido  más de 100 millones de ejemplares de sus obras. Tiene gran habilidad con la intriga y aunque en ocasiones sus desenlaces resulten previsibles, consigue que el lector crea que todos los sospechosos son culpables.

En los inicios su carrera como autora de éxito fue difícil ya que, a pesar de escribir desde la adolescencia, publicó sin demasiado eco su primera novela pasados los 40 años.
¿Dónde están los niños?, su segunda novela, fue un éxito de ventas que la catapultó a la fama.
Entre otros honores ha sido presidenta de la Asociación de Escritores de Misterio de los Estados Unidos.
Sus protagonistas suelen ser mujeres normales, decididas y emprendedoras que resuelven las graves situaciones en las que se ven envueltas.
Los personajes masculinos en ocasiones caen en el tópico como malvados.
La influencia de su obra en el género de la novela negra es indudable.
Comparte con autoras como Patricia Highsmith, Ruth Rendell o P. D. James la habilidad de inquietar con personajes corrientes en ambientes cotidianos.
Según Mary Higgins Clark dijo en una entrevista al New York Times
«Mis historias se centran en las existencias de gente normal, de gente amable, cuyas rutinas se ven de repente invadidas».
Su hija, Carol Higgins Clark y su nuera, Mary Jane Clark, también escriben novelas de suspense.
A partir de los 80 años inició una colaboración en sus novelas con su hija Carol.
Mary Higgins Clark nunca dejó de escribir y fallece en enero de 2020, a los 92 años, tras medio siglo de dominar la lista de libros mejor vendidos.



EL LADRÓN DE LA NAVIDAD
El ladrón de la Navidad pertenece a la serie de novelas de temática navideña escritas por Mary Higgins Clark y Carol Higgins Clark.

Madre e hija firman esta historia policial que incluye intriga y humor. 


La trama incluye, como es habitual en las Higgins Clark, suspense, glamour y una leve historia romántica

Ambientada en las navidades norteamericanas no falta ni el  árbol navideño del Rockefeller Center en un enredo tras la búsqueda de unos valiosos diamantes.


El libro es una revisión de "La aventura de los seis Napoleones", escrita por Arthur Conan Doyle, perteneciente a  la serie de relatos cortos  recogidos en El regreso de Sherlock Holmes.



SERIE DE NAVIDAD DE MARY Y CAROL HIGGINS CLARK



Secuestro en Nueva York (Deck the Halls, 2000)
Última oportunidad (He Sees You When You're Sleeping, 2001)
El ladrón de la Navidad (The Christmas Thief, 2004)
Misterio en alta mar (Santa Cruise, 2008)
Todo está tranquilo (Dashing Through the Snow, 2008)

Para la realización de esta entrada se han utilizado, entre otras, las siguientes fuentes: El País, ABC, The New York Times, Mary Higgins Clark Website