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04 diciembre 2020

AGATHA CHRISTIE, LA AVENTURA DEL PUDDING DE NAVIDAD

AGATHA CHRISTIE 
Autora inglesa del género policíaco, sin duda una de las más prolíficas y leídas del siglo XX.

Agatha Christie ha tenido admiradores y detractores entre escritores y críticos. 

Se la acusa de conservadurismo y de exaltación patriótica de la superioridad británica. 

Pero se reconoce también su habilidad para la recreación de ambientes rurales y urbanos de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, su oído para el diálogo, la verosimilitud de las motivaciones psicológicas de sus asesinos, e incluso su radical escepticismo respecto de la naturaleza humana ya que en sus obras cualquiera puede ser un asesino.



LA AVENTURA DEL PUDDING DE NAVIDAD
Es un relato breve de misterio de tema navideño que transcurre en Kings Lacey, una antigua mansión, en la campiña inglesa.

En esta oportunidad, Agatha nos deleita con El pudding de Navidad, donde un príncipe del Lejano Oriente inicia en Londres un romance con una muchacha a la que regala un valioso rubí emblemático de las tradiciones de su país. 

Pronto la joven y la gema desaparecen y, para evitar el escándalo, ya que el príncipe va a casarse y la joya es un regalo para su futura esposa, son requeridos los servicios del detective privado belga Hércules Poirot.


A pesar de su inicial reticencia a abandonar su cómodo y caldeado apartamento en Londres, Poirot, acompañado de su fiel amigo el Capitán Hastings, se traslada en plenas Navidades a una señorial mansión de la campiña inglesa para allí llevar a cabo sus discretas investigaciones. 

En el relato, Agatha Christie recrea unas Navidades a la antigua usanza en el campo inglés con toda la familia reunida, las medias de los regalos de los niños, el árbol de Navidad, el pavo y el pudding de ciruelas, los crakers. El muñeco de nieve junto a la ventana...



FRAGMENTO DE LA AVENTURA DEL PUDDING DE NAVIDAD
Aquí puedes leer un pequeño pasaje del relato corto de Agatha Christie titulado El pudding de Navidad:

"En el largo salón de Kings Lacey se disfrutaba una agradable temperatura de veinte grados. Poirot estaba hablando allí con la señora Lacey, junto a una de las grandes ventanas provistas de parteluces. La señora estaba entretenida con una labor. No hacía petit point ni bordaba flores en seda, sino que se dedicaba a la prosaica tarea de bastillar unos paños de cocina. Mientras cosía, hablaba con una voz suave y reflexiva que Poirot encontraba muy atractiva. —Espero que disfrute con nuestra reunión de Navidad, monsieur Poirot. Sólo la familia. Mi nieta, un nieto, un amigo del chico, Bridget, mi sobrina nieta, Diana, una prima, y David Welwyn, un viejo amigo nuestro. Una reunión de familia nada más. pero Edwina Morecombe dijo que eso era precisamente lo que usted quería ver: unas Navidades a la antigua usanza. No podría encontrar más a propósito que nosotros. Mi marido está completamente sumergido en el pasado. Quiere que todo siga exactamente igual a como estaba cuando él era un chiquillo de doce años y venía a pasar aquí sus vacaciones —sonrió para sí—. Las mismas cosas de siempre: el árbol de Navidad, las medias colgadas; la sopa de ostras, el pavo..., dos pavos, uno cocido y uno asado, y el pudding de ciruela, con el anillo, el botón de soltero y demás... No podemos meter en el pudding monedas de seis peniques porque ya no son de plata pura. Pero sí las golosinas de siempre: las ciruelas de Elvas y de Carlsbad, las almendras, las pasas, las frutas escarchadas y el jengibre. ¡Oh, perdón, parezco un catálogo de Fortnum y Mason!
—Está usted excitando mis jugos gástricos, señora.
—Supongo que mañana por la noche sufriremos todos una indigestión espantosa. No está uno acostumbrado a comer tanto en estos tiempos, ¿verdad que no? La interrumpieron unos gritos y carcajadas procedentes del exterior, junto a la ventana. La señora Lacey echó una ojeada. —No sé qué es lo que están haciendo ahí fuera. Estarán jugando a algo. Siempre he tenido mucho miedo de que la gente joven se aburra con nuestras Navidades. Pero nada de eso; todo lo contrario. Mis hijos y sus amigos solían mostrarse displicentes con nuestro modo de celebrar la Navidad. Decían que era una tontería, que armábamos demasiados barullo, y que era mucho mejor ir a un hotel a bailar. Pero la nueva generación parece que encuentra todo esto de lo más atractivo. Además —añadió con sentido común— los colegiales siempre tienen hambre, ¿no le parece? Yo creo que en los internados los deben tener a dieta. Todos sabemos que un chiquillo de esa edad come aproximadamente tanto como tres hombres fuertes.
Poirot se rió y dijo: —Han sido muy amables, tanto usted como su marido, al incluirme a mí en su reunión de familia.
—¡Pero si estamos encantados! —le aseguró la señora Lacey—. Y si le parece que Horace se muestra poco afectuoso, no se preocupe, pues es su temperamento.
Lo que su marido el coronel Lacey, había hecho en realidad era muy distinto: —No comprendo por qué quieres que uno de esos condenados extranjeros venga a fastidiar la Navidad. ¿Por qué no le invitamos en otra ocasión? No trago a los extranjeros. ¡Ya sé, ya sé! Edwina Morecombe quería que lo invitáramos. Me gustaría saber qué tiene esto que ver con ella. ¿Por qué no le invita ella a pasar las Navidades en su casa? —Porque sabes muy bien que Edwina va siempre al Claridge —había dicho la señora Lacey. Su marido le había dirigido una mirada suspicaz. —No estarás tramando algo, ¿verdad, Em? —preguntó. —¿Tramando algo? —Em le miró abriendo mucho sus ojos de un azul intenso—. ¡Qué cosas dices! ¿Qué quieres que esté tramando? El anciano coronel Lacey se rió, con una risa profunda y retumbante. —Te creo muy capaz, Em—dijo—. Cuando pones esa expresión tan inocente es que estás tramando algo."

Y por si te apetece continuar la historia, aquí puedes leer el relato completo haciendo clik en el siguiente enlace:
El pudding de Navidad


01 febrero 2020

MARY HIGGINS CLARK, EL LADRÓN DE LA NAVIDAD

MARY HIGGINS CLARK
Nacida en 1927 en una familia tradicional irlandesa del Bronx, en Nueva York,  Mary Higgins Clark fue una escritora de novelas de misterio estadounidense conocida como la reina del best seller  del suspense. 

Se la considera heredera del estilo de Agatha Christie en las llamadas novelas negras, policíacas, de misterio o de suspense.

Clark ha escrito más de cincuenta novelas y ha vendido  más de 100 millones de ejemplares de sus obras. Tiene gran habilidad con la intriga y aunque en ocasiones sus desenlaces resulten previsibles, consigue que el lector crea que todos los sospechosos son culpables.

En los inicios su carrera como autora de éxito fue difícil ya que, a pesar de escribir desde la adolescencia, publicó sin demasiado eco su primera novela pasados los 40 años.
¿Dónde están los niños?, su segunda novela, fue un éxito de ventas que la catapultó a la fama.
Entre otros honores ha sido presidenta de la Asociación de Escritores de Misterio de los Estados Unidos.
Sus protagonistas suelen ser mujeres normales, decididas y emprendedoras que resuelven las graves situaciones en las que se ven envueltas.
Los personajes masculinos en ocasiones caen en el tópico como malvados.
La influencia de su obra en el género de la novela negra es indudable.
Comparte con autoras como Patricia Highsmith, Ruth Rendell o P. D. James la habilidad de inquietar con personajes corrientes en ambientes cotidianos.
Según Mary Higgins Clark dijo en una entrevista al New York Times
«Mis historias se centran en las existencias de gente normal, de gente amable, cuyas rutinas se ven de repente invadidas».
Su hija, Carol Higgins Clark y su nuera, Mary Jane Clark, también escriben novelas de suspense.
A partir de los 80 años inició una colaboración en sus novelas con su hija Carol.
Mary Higgins Clark nunca dejó de escribir y fallece en enero de 2020, a los 92 años, tras medio siglo de dominar la lista de libros mejor vendidos.



EL LADRÓN DE LA NAVIDAD
El ladrón de la Navidad pertenece a la serie de novelas de temática navideña escritas por Mary Higgins Clark y Carol Higgins Clark.

Madre e hija firman esta historia policial que incluye intriga y humor. 


La trama incluye, como es habitual en las Higgins Clark, suspense, glamour y una leve historia romántica

Ambientada en las navidades norteamericanas no falta ni el  árbol navideño del Rockefeller Center en un enredo tras la búsqueda de unos valiosos diamantes.


El libro es una revisión de "La aventura de los seis Napoleones", escrita por Arthur Conan Doyle, perteneciente a  la serie de relatos cortos  recogidos en El regreso de Sherlock Holmes.



SERIE DE NAVIDAD DE MARY Y CAROL HIGGINS CLARK



Secuestro en Nueva York (Deck the Halls, 2000)
Última oportunidad (He Sees You When You're Sleeping, 2001)
El ladrón de la Navidad (The Christmas Thief, 2004)
Misterio en alta mar (Santa Cruise, 2008)
Todo está tranquilo (Dashing Through the Snow, 2008)

Para la realización de esta entrada se han utilizado, entre otras, las siguientes fuentes: El País, ABC, The New York Times, Mary Higgins Clark Website




18 enero 2019

AGATHA CHRISTIE, NIDO DE AVISPAS


AGATHA CHRISTIE

Agatha Christie fue una escritora inglesa del género policíaco, sin duda una de las más prolíficas y leídas del siglo XX.
Agatha Christie ha tenido admiradores y detractores entre escritores y críticos. 
Se la acusa de conservadurismo y de exaltación patriótica de la superioridad británica. 
Pero se reconoce también su habilidad para la recreación de ambientes rurales y urbanos de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, su oído para el diálogo, la verosimilitud de las motivaciones psicológicas de sus asesinos, e incluso su radical escepticismo respecto de la naturaleza humana ya que en sus obras cualquiera puede ser un asesino.
Se la conoce como la Reina del Crimen o la Reina del Misterio.
Escribió a lo largo de su vida más de ochenta novelas de género policíaco, ciento cincuenta cuentos, cerca de veinte obras teatrales, así como seis novelas románticas, además de un par de libros basados en la vida real, entre ellos su autobiografía.
Aquí puedes leer completo Nido de avispas uno de sus relatos breves:

NIDO DE AVISPAS
John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo.
Harrison amaba su jardín, cuya visión era inmejorable en aquel atardecer de agosto, soleado y lánguido. Las rosas lucían toda su belleza y los guisantes dulces perfumaban el aire.
Un familiar chirrido hizo que Harrison volviese la cabeza a un lado. El asombro se reflejó en su semblante, pues la pulcra figura que avanzaba por el sendero era la que menos esperaba.
-¡Qué alegría! -exclamó Harrison-. ¡Si es monsieur Poirot!
En efecto, allí estaba Hércules Poirot, el sagaz detective.
-¡Yo en persona. En cierta ocasión me dijo: “Si alguna vez se pierde en aquella parte del mundo, venga a verme.” Acepté su invitación, ¿lo recuerda?
-¡Me siento encantado -aseguró Harrison sinceramente-. Siéntese y beba algo.
Su mano hospitalaria le señaló una mesa en el pórtico, donde había diversas botellas.
-Gracias -repuso Poirot dejándose caer en un sillón de mimbre-. ¿Por casualidad no tiene jarabe? No, ya veo que no. Bien, sírvame un poco de soda, por favor whisky no -su voz se hizo plañidera mientras le servían-. ¡Cáspita, mis bigotes están lacios! Debe de ser el calor.
-¿Qué le trae a este tranquilo lugar? -preguntó Harrison mientras se acomodaba en otro sillón-. ¿Es un viaje de placer?
-No, mon ami; negocios.
-¿Negocios? ¿En este apartado rincón?
Poirot asintió gravemente.
-Sí, amigo mío; no todos los delitos tienen por marco las grandes aglomeraciones urbanas.
Harrison se rió.
-Imagino que fui algo simple. ¿Qué clase de delito investiga usted por aquí? Bueno, si puedo preguntar.
-Claro que sí. No sólo me gusta, sino que también le agradezco sus preguntas.
Los ojos de Harrison reflejaban curiosidad. La actitud de su visitante denotaba que le traía allí un asunto de importancia.
-¿Dice que se trata de un delito? ¿Un delito grave?
-Uno de los más graves delitos.
-¿Acaso un …?
-Asesinato -completó Poirot.
Tanto énfasis puso en la palabra que Harrison se sintió sobrecogido. Y por si esto fuera poco las pupilas del detective permanecían tan fijamente clavadas en él, que el aturdimiento lo invadió. Al fin pudo articular:
-No sé que haya ocurrido ningún asesinato aquí.
-No -dijo Poirot-. No es posible que lo sepa.
-¿Quién es?
-De momento, nadie.
-¿Qué?
-Ya le he dicho que no es posible que lo sepa. Investigo un crimen aún no ejecutado.
-Veamos, eso suena a tontería.
-En absoluto. Investigar un asesinato antes de consumarse es mucho mejor que después. Incluso, con un poco de imaginación, podría evitarse.
Harrison lo miró incrédulo.
-¿Habla usted en serio, monsieur Poirot?
-Sí, hablo en serio.
-¿Cree de verdad que va a cometerse un crimen? ¡Eso es absurdo!
Hércules Poirot, sin hacer caso de la observación, dijo:
-A menos que usted y yo podamos evitarlo. Sí, mon ami.
-¿Usted y yo?
-Usted y yo. Necesitaré su cooperación.
-¿Esa es la razón de su visita?
Los ojos de Poirot le transmitieron inquietud.
-Vine, monsieur Harrison, porque … me agrada usted -y con voz más despreocupada añadió-: Veo que hay un nido de avispas en su jardín. ¿Por qué no lo destruye?
El cambio de tema hizo que Harrison frunciera el ceño. Siguió la mirada de Poirot y dijo:
-Pensaba hacerlo. Mejor dicho, lo hará el joven Langton. ¿Recuerda a Claude Langton? Asistió a la cena en que nos conocimos usted y yo. Viene esta noche expresamente a destruir el nido.
-¡Ah! -exclamó Poirot-. ¿Y cómo piensa hacerlo?
-Con petróleo rociado con un inyector de jardín. Traerá el suyo que es más adecuado que el mío.
-Hay otro sistema, ¿no? -preguntó Poirot-. Por ejemplo, cianuro de potasio.
Harrison alzó la vista sorprendido.
-¡Es peligroso! Se corre el riesgo de su fijación en la plantas.
Poirot asintió.
-Sí; es un veneno mortal -guardó silencio un minuto y repitió-: Un veneno mortal.
-Útil para desembarazarse de la suegra, ¿verdad? -se rió Harrison. Hércules Poirot permaneció serio.
-¿Está completamente seguro, monsieur Harrison, de que Langton destruirá el avispero con petróleo?
-¡Segurísimo. ¿Por qué?
-¡Simple curiosidad. Estuve en la farmacia de Bachester esta tarde, y mi compra exigió que firmase en el libro de venenos. La última venta era cianuro de potasio, adquirido por Claude Langton.
Harrison enarcó las cejas.
-¡Qué raro! Langton se opuso el otro día a que empleásemos esa sustancia. Según su parecer, no debería venderse para este fin.
Poirot miró por encima de las rosas. Su voz fue muy queda al preguntar:
-¿Le gusta Langton?
La pregunta cogió por sorpresa a Harrison, que acusó su efecto.
-¡Qué quiere que le diga! Pues sí, me gusta ¿Por qué no ha de gustarme?
-Mera divagación -repuso Poirot-. ¿Y usted es de su gusto?
Ante el silencio de su anfitrión, repitió la pregunta.
-¿Puede decirme si usted es de su gusto?
-¿Qué se propone, monsieur Poirot? No termino de comprender su pensamiento.
-Le seré franco. Tiene usted relaciones y piensa casarse, monsieur Harrison. Conozco a la señorita Moly Deane. Es una joven encantadora y muy bonita. Antes estuvo prometida a Claude Langton, a quien dejó por usted.
Harrison asintió con la cabeza.
-Yo no pregunto cuáles fueron las razones; quizás estén justificadas, pero ¿no le parece justificada también cualquier duda en cuanto a que Langton haya olvidado o perdonado?
-Se equivoca, monsieur Poirot. Le aseguro que está equivocado. Langton es un deportista y ha reaccionado como un caballero. Ha sido sorprendentemente honrado conmigo, y, no con mucho, no ha dejado de mostrarme aprecio.
-¿Y no le parece eso poco normal? Utiliza usted la palabra “sorprendente” y, sin embargo, no demuestra hallarse sorprendido.
-No lo comprendo, monsieur Poirot.
La voz del detective acusó un nuevo matiz al responder:
-Quiero decir que un hombre puede ocultar su odio hasta que llegue el momento adecuado.
-¿Odio? -Harrison sacudió la cabeza y se rió.
-Los ingleses son muy estúpidos -dijo Poirot-. Se consideran capaces de engañar a cualquiera y que nadie es capaz de engañarlos a ellos. El deportista, el caballero, es un Quijote del que nadie piensa mal. Pero, a veces, ese mismo deportista, cuyo valor le lleva al sacrificio, piensa lo mismo de sus semejantes y se equivoca.
-Me está usted advirtiendo en contra de Claude Langton -exclamó Harrison-. Ahora comprendo esa intención suya que me tenía intrigado.
Poirot asintió, y Harrison, bruscamente, se puso en pie.
-¿Está usted loco, monsieur Poirot? ¡Esto es Inglaterra! Aquí nadie reacciona así. Los pretendientes rechazados no apuñalan por la espalda o envenenan. ¡Se equivoca en cuanto a Langton! Ese muchacho no haría daño a una mosca.
-La vida de una mosca no es asunto mío -repuso Poirot plácidamente-. No obstante, usted dice que monsieur Langton no es capaz de matarlas, cuando en este momento debe prepararse para exterminar a miles de avispas.
Harrison no replicó, y el detective, puesto en pie a su vez, colocó una mano sobre el hombro de su amigo, y lo zarandeó como si quisiera despertarlo de un mal sueño.
-¡Espabílese, amigo, espabílese! Mire aquel hueco en el tronco del árbol. Las avispas regresan confiadas a su nido después de haber volado todo el día en busca de su alimento. Dentro de una hora habrán sido destruidas, y ellas lo ignoran, porque nadie les advierte. De hecho carecen de un Hércules Poirot. Monsieur Harrison, le repito que vine en plan de negocios. El crimen es mi negocio, y me incumbe antes de cometerse y después. ¿A qué hora vendrá monsieur Langton a eliminar el nido de avispas?
-Langton jamás…
-¿A qué hora? -lo atajó.
-A las nueve. Pero le repito que está equivocado. Langton jamás…
-¡Estos ingleses! -volvió a interrumpirlo Poirot.
Recogió su sombrero y su bastón y se encaminó al sendero, deteniéndose para decir por encima del hombro.
-No me quedo para no discutir con usted; sólo me enfurecería. Pero entérese bien: regresaré a las nueve.
Harrison abrió la boca y Poirot gritó antes de que dijese una sola palabra:
-Sé lo que va a decirme: “Langton jamás…”, etcétera. ¡Me aburre su “Langton jamás”! No lo olvide, regresaré a las nueve. Estoy seguro de que me divertirá ver cómo destruye el nido de avispas. ¡Otro de los deportes ingleses!
No esperó la reacción de Harrison y se fue presuroso por el sendero hasta la verja. Ya en el exterior, caminó pausadamente, y su rostro se volvió grave y preocupado. Sacó el reloj del bolsillo y los consultó. Las manecillas marcaban las ocho y diez.
-Unos tres cuartos de hora -murmuró-. Quizá hubiera sido mejor aguardar en la casa.
Sus pasos se hicieron más lentos, como si una fuerza irresistible lo invitase a regresar. Era un extraño presentimiento, que, decidido, se sacudió antes de seguir hacia el pueblo. No obstante, la preocupación se reflejaba en su rostro y una o dos veces movió la cabeza, signo inequívoco de la escasa satisfacción que le producía su acto.
Minutos antes de las nueve, se encontraba de nuevo frente a la verja del jardín. Era una noche clara y la brisa apenas movía las ramas de los árboles. La quietud imperante rezumaba un algo siniestro, parecido a la calma que antecede a la tempestad.
Repentinamente alarmado, Poirot apresuró el paso, como si un sexto sentido lo pusiese sobre aviso. De pronto, se abrió la puerta de la verja y Claude Langton, presuroso, salió a la carretera. Su sobresalto fue grande al ver a Poirot.
-¡Ah…! ¡Oh…! Buenas noches.
-Buenas noches, monsieur Langton. ¿Ha terminado usted?
El joven lo miró inquisitivo.
-Ignoro a qué se refiere -dijo.
-¿Ha destruido ya el nido de avispas?
-No.
-¡Oh! -exclamó Poirot como si sufriera un desencanto-. ¿No lo ha destruido? ¿Qué hizo usted, pues?
-He charlado con mi amigo Harrison. Tengo prisa, monsieur Poirot. Ignoraba que vendría a este solitario rincón del mundo.
-Me traen asuntos profesionales.
-Hallará a Harrison en la terraza. Lamento no detenerme.
Langton se fue y Poirot lo siguió con la mirada. Era un joven nervioso, de labios finos y bien parecido.
-Dice que encontraré a Harrison en la terraza -murmuró Poirot-. ¡Veamos!
Penetró en el jardín y siguió por el sendero. Harrison se hallaba sentado en una silla junto a la mesa. Permanecía inmóvil, y no volvió la cabeza al oír a Poirot.
-¡Ah, mon ami! -exclamó éste-. ¿Cómo se encuentra?
Después de una larga pausa, Harrison, con voz extrañamente fría, inquirió:
-¿Qué ha dicho?
-Le he preguntado cómo se encuentra.
-Bien. Sí; estoy bien. ¿Por qué no?
-¿No siente ningún malestar? Eso es bueno.
-¿Malestar? ¿Por qué?
-Por el carbonato sódico.
Harrison alzó la cabeza.
-¿Carbonato sódico? ¿Qué significa eso?
Poirot se excusó.
-Siento mucho haber obrado sin su consentimiento, pero me vi obligado a ponerle un poco en uno de sus bolsillos.
-¿Que puso usted un poco en uno de mis bolsillos? ¿Por qué diablos hizo eso?
Poirot se expresó con esa cadencia impersonal de los conferenciantes que hablan a los niños.
-Una de las ventajas o desventajas del detective radica en su conocimiento de los bajos fondos de la sociedad. Allí se aprenden cosas muy interesantes y curiosas. Cierta vez me interesé por un simple ratero que no había cometido el hurto que se le imputaba, y logré demostrar su inocencia. El hombre, agradecido, me pagó enseñándome los viejos trucos de su profesión. Eso me permite ahora hurgar en el bolsillo de cualquiera con solo escoger el momento oportuno. Para ello basta poner una mano sobre su hombro y simular un estado de excitación. Así logré sacar el contenido de su bolsillo derecho y dejar a cambio un poco de carbonato sódico. Compréndalo. Si un hombre desea poner rápidamente un veneno en su propio vaso, sin ser visto, es natural que lo lleve en el bolsillo derecho de la americana.
Poirot se sacó de uno de sus bolsillos algunos cristales blancos y aterronados.
-Es muy peligroso -murmuró- llevarlos sueltos.
Curiosamente y sin precipitarse, extrajo de otro bolsillo un frasco de boca ancha. Deslizó en su interior los cristales, se acercó a la mesa y vertió agua en el frasco. Una vez tapado lo agitó hasta disolver los cristales. Harrison los miraba fascinado.
Poirot se encaminó al avispero, destapó el frasco y roció con la solución el nido. Retrocedió un par de pasos y se quedó allí a la expectativa. Algunas avispas se estremecieron un poco antes de quedarse quietas. Otras treparon por el tronco del árbol hasta caer muertas. Poirot sacudió la cabeza y regresó al pórtico.
-Una muerte muy rápida -dijo.
Harrison pareció encontrar su voz.
-¿Qué sabe usted?
-Como le dije, vi el nombre de Claude Langton en el registro. Pero no le conté lo que siguió inmediatamente después. Lo encontré al salir a la calle y me explicó que había comprado cianuro de potasio a petición de usted para destruir el nido de avispas. Eso me pareció algo raro, amigo mío, pues recuerdo que en aquella cena a que hice referencia antes, usted expuso su punto de vista sobre el mayor mérito de la gasolina para estas cosas, y denunció el empleo de cianuro como peligroso e innecesario.
-Siga.
-Sé algo más. Vi a Claude Langton y a Molly Deane cuando ellos se creían libres de ojos indiscretos. Ignoro la causa de la ruptura de enamorados que llegó a separarlos, poniendo a Molly en los brazos de usted, pero comprendí que los malos entendidos habían acabado entre la pareja y que la señorita Deane volvía a su antiguo amor.
-Siga.
-Nada más. Salvo que me encontraba en Harley el otro día y vi salir a usted del consultorio de cierto doctor, amigo mío. La expresión de usted me dijo la clase de enfermedad que padece y su gravedad. Es una expresión muy peculiar, que sólo he observado un par de veces en mi vida, pero inconfundible. Ella refleja el conocimiento de la propia sentencia de muerte. ¿Tengo razón o no?
-Sí. Sólo dos meses de vida. Eso me dijo.
-Usted no me vio, amigo mío, pues tenía otras cosas en qué pensar. Pero advertí algo más en su rostro; advertí esa cosa que los hombres tratan de ocultar, y de la cual le hablé antes. Odio, amigo mío. No se moleste en negarlo.
-Siga - apremió Harrison.
-No hay mucho más que decir. Por pura casualidad vi el nombre de Langton en el libro de registro de venenos. Lo demás ya lo sabe. Usted me negó que Langton fuera a emplear el cianuro, e incluso se mostró sorprendido de que lo hubiera adquirido. Mi visita no le fue particularmente grata al principio, si bien muy pronto la halló conveniente y alentó mis sospechas. Langton me dijo que vendría a las ocho y media. Usted que a las nueve. Sin duda pensó que a esa hora me encontraría con el hecho consumado.
-¿Por qué vino? - gritó Harrison-. ¡Ojalá no hubiera venido!
-Se lo dije. El asesinato es asunto de mi incumbencia.
-¿Asesinato? ¡Suicidio querrá decir!
-No - la voz de Poirot sonó claramente aguda-. Quiero decir asesinato. Su muerte seria rápida y fácil, pero la que planeaba para Langton era la peor muerte que un hombre puede sufrir. Él compra el veneno, viene a verlo y los dos permanecen solos. Usted muere de repente y se encuentra cianuro en su vaso. ¡A Claude Langton lo cuelgan! Ese era su plan.
Harrison gimió al repetir:
-¿Por qué vino? ¡Ojalá no hubiera venido!
-Ya se lo he dicho. No obstante, hay otro motivo. Lo aprecio monsieur Harrison. Escuche, mon ami; usted es un moribundo y ha perdido la joven que amaba; pero no es un asesino. Dígame la verdad: ¿Se alegra o lamenta ahora de que yo viniese?
Tras una larga pausa, Harrison se animó. Había dignidad en su rostro y la mirada del hombre que ha logrado salvar su propia alma. Tendió la mano por encima de la mesa y dijo:
-Fue una suerte que viniera usted.
Agatha Christie



Para la realización de esta entrada se han utilizado como fuentes la biblioteca digital Ciuda Seva y la página Color By Jorge Henrique Martins










14 enero 2017

AGATHA CHRISTIE, NAVIDADES TRÁGICAS

AGATHA CHRISTIE
Escritora inglesa del género policíaco, sin duda una de las más prolíficas y leídas del siglo XX.

Tras un matrimonio de juventud con un piloto, contrajo segundas nupcias con un arqueólogo.

En 1961 fue admitida como miembro de la Real Sociedad de Literatura y la Universidad de Exeter la nombró doctora honoris causa en Letras.

En 1971 se le concedió el título de Dama del Imperio Británico.

Es la creadora de dos detectives muy famosos: Hércules Poirot y Miss Marple.

Agatha Christie escribió, además de sus novelas policíacas, alguna obra teatral, su autobiografía y un libro de poemas.
Además escribió seis novelas románticas bajo el pseudónimo de Mary Westmacott.
Sus relatos policíacos destacan por sus inesperados desenlaces.

NAVIDADES TRÁGICAS


Navidades trágicas es una novela cuyo título original es Hercule Poirot's Christmas.
Unas aparentemente plácidas Navidades se convertirán en trágicas al ser brutalmente asesinado Mr. Lee, un anciano millonario de extraño y despótico carácter que ha reunido para pasar las fiestas a toda su familia.

Es una novela perteneciente a la serie del detective Hércules Poirot que de nuevo nos dará pruebas de sus habilidades para la deducción.






07 marzo 2013

AGATHA CHRISTIE, EL ASESINATO DE ROGELIO ACKROYD





AGATHA CHRISTIE


Autora inglesa del género policíaco, sin duda una de las más prolíficas y leídas del siglo XX.

Se la conoce como la Reina del Crimen o la Reina del Misterio.



La primera novela que escribió Agatha Christie, El misterioso caso Styles, fue el resultado de una apuesta con su hermana, luego siguió escribiendo  para ayudar a su familia en sus dificultades económicas ya que su madre apenas podía mantener la residencia familiar de Torquay, una casa victoriana en la que la escritora había nacido y a la que tenía un especial aprecio como representación de una época feliz ya pasada.



Escribió a lo largo de su vida más de ochenta novelas de género policíaco, ciento cincuenta cuentos, cerca de veinte obras teatrales, así como seis novelas románticas, además de un par de libros basados en la vida real, entre ellos su autobiografía.


Ha logrado vender más de cuatro mil millones de ejemplares de sus obras.



EL ASESINATO DE ROGELIO ACKROYD
Quizá su mejor obra es una de las primeras, El asesinato de Rogelio Ackroydpublicada en 1926.



En El asesinato de Rogelio Ackroyd, el investigador es el excéntrico y famoso detective belga Hércules Poirot y el papel de su ayudante lo representa el médico rural Sheppard que anota también los acontecimientos originados por un asesinato por envenenamiento ocurrido con anterioridad, un suicidio y el crimen mencionado en el título.



Una de las características principales de la prosa detectivesca de Christie es que sus relatos se desarrollan en lo que se denomina el "whodunnit", lo que permite al lector ensayar hipótesis y en suma, intentar descifrar la identidad del culpable antes de acabar con la lectura del relato










¿QUÉ ES EL WHODUNNIT?


Los términos whodunit o whodunnit provienen del inglés "Who done it?" 
Se pueden traducir por "¿quién lo hizo?" y hacen referencia a una variedad de trama compleja dentro de la novela policíaca, en la que una especie de rompecabezas es su principal característica de interés. 

En este subgénero se proveen al lector los indicios acerca de la identidad del autor del delito, para que pueda deducirlo antes de la solución que se revela en las últimas páginas del libro. 

Por lo general la investigación suele ser realizada por un detective aficionado o profesional, frecuentemente excéntrico y erudito.




HÉRCULES POIROT




El detective Hércules Poirot apareció en la primera novela que publicó Agatha Christie, El misterioso caso Styles



Junto con Miss Marple, Poirot es el personaje más famoso de Agatha Christie.


Es un detective retirado belga que siempre tiene gran cantidad de trabajo, y le gusta mucho resolver misterios que le atraigan por su complejidad intelectual.

Antiguo miembro de la Policía belga, llegó a Inglaterra como refugiado durante la Primera Guerra Mundial, y ya no abandonó el país, donde se estableció como detective privado de gran éxito. 
A pesar de que mucha gente lo confunde con francés, él siempre corrige que es belga. 

Mr. Poirot impresiona a todo el mundo con la "utilización de sus células grises" para resolver los casos más complicados que se le presentan. 

Poirot es atildado hasta el extremo, su apariencia personal es siempre impoluta y adora "el orden y el método". 
Venera la simetría, la limpieza, las comodidades, la calefacción central y la línea recta: en su apartamento no existen muebles ni adornos de líneas curvas. 

Poirot está siempre anunciando su inminente retiro: planea irse al campo y dedicarse a cultivar calabacines.

Pero abandona su retiro en cuanto aparece un caso que llama su atención. 
En una de las novelas en que aparece confiesa ser un devoto católico.


Es sumamente cortés, y habla intercalando frases o palabras en francés, como Mon ami, o Précisement
Aunque se asegura que su inglés es perfecto, cuando está nervioso comete fallas gramaticales, algunas detectadas y corregidas por su fiel amigo Hastings.

El capitán Arthur Hastings, es el compañero de Poirot en varias de sus aventuras y su Watson particular.

La última aparición de Poirot es en "Telon", el último libro de Agatha Christie, en el cual cuenta el último caso de Poirot, ya viejo y enfermo junto con su fiel amigo Hastings