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02 octubre 2021

PLINIO, EL JOVEN, CARTA DE LA ERUPCIÓN DEL VESUBIO, EPISTULAE VI, 20

PLINIO, EL JOVEN 
Plinio el joven tenía 15 años cuando el monte Vesubio entró en erupción en el año 79 d.C.
Se encontraba de visita en la villa de un familiar en Miseno, a treinta kilómetros de Pompeya.
Años más tarde, Plinio el Joven a petición de su amigo, el historiador romano Tácito, recuerda  la erupción de la que fue testigo junto con su madre y su tío Plinio el Viejo.
La nube de gas, ceniza y roca emitida por el volcán enterró las  ciudades de Pompeya y Herculano, preservando en su interior calles, casas, el Foro, los baños y numerosas villas, que permanecieron en un extraordinario estado de conservación hasta su redescubrimiento en el siglo XVIII.
Plinio el Joven nos narra la muerte de su tío y las circunstancias de su huída de la erupción del Vesubio junto a su madre.

CARTA DE LA ERUPCIÓN DEL VESUBIO, EPISTULAE VI, 20
"Cayo Plinio a Tácito, salud
Inducido por la carta que, a instancia tuya, te escribí sobre la muerte de mi tío, me dices que deseas saber sobre los temores por los que pasé cuando me quedé en Miseno, que es donde interrumpía mi relato. Aunque mi ánimo se horroriza al recordarlo, empezaré. Así que mi tío se hubo marchado me entregué al estudio , pues para esto me había quedado; luego me bañé, cené y dormí con inquietud y poco. Hacía muchos días había sufrido un terremoto no muy alarmante, ya que es algo muy frecuente en Campania. Pero aquella noche fue tan fuerte que parecía que todo más que moverse se venía abajo. Mi madre entró precipitadamente en mi habitación en el preciso momento que yo salía con intención de despertarla si dormía. Nos sentamos en la explanada que había entre los edificios y el mar. No sé si por provocación o por imprudencia, pues aún no tenía dieciocho años, me llevé un volumen de Tito Livio, y para distraerme, me puse a leerlo y a tomar notas, como había hecho antes. De pronto se acercó un amigo de mi tío, que recientemente había llegado de España para visitarlo, y al vernos ahí sentados, y a mí que aun estaba leyendo, reprochó a mi madre su paciencia y a mí mi confianza. No obstante, yo seguí ocupado con mi libro.
 Plinio el Joven y su madre en Miseno durante la erupción del Vesubio. (Plinio el Joven reprendido). Angelica Kauffmann. 1785. Princeton University Art Museum

Llegó la primera hora del día y no era todavía claro. Los edificios de los alrededores estaban tan agrietados que en aquel lugar descubierto y angosto el miedo crecía por momentos. Entonces nos pareció oportuno abandonar la villa. La multitud nos seguía admirada, pues en los momentos de pánico uno se suele guiar por las decisiones de los demás, y todos empujaban a los fugitivos. Al llegar al campo, nos paramos. Nos sorprendían muchas cosas dignas de admiración y de temor. Entre otras, ocurría que los vehículos que habíamos ordenado que nos precedieran, a pesar de estar en un campo llanísimo, emprendían diversas direcciones y no era posible mantenerlos quietos. Además veíamos que el mar se recogía en si mismo, como si temiese los temblores de la tierra. La playa se había ensanchado y muchos animales marinos habían quedado en seco sobre la arena. Por otro lado una negra y horrible nube, rasgada por torcidas y vibrantes sacudidas de fuego, se abría en largas grietas de fuego, que semejaban relámpagos, pero eran mayores.

Entonces aquel amigo que había venido de España nos dijo seca y llanamente, a mi madre y a mí:

"Si tu hermano, si tu tío, vive todavía, quiere que vosotros también os salvéis. Si ha muerto quiso que le sobreviviérais. Por tanto ¿qué esperáis para emprender la huida?"
Le respondimos que no buscaríamos nuestra salvación mientras no supiéramos de la suya; y él sin esperar más se alejó del peligro lo más velozmente que pudo. No tardó mucho tiempo en descender aquella nube hasta la tierra y cubrir el mar; ya había rodeado y escondido a Capri, y, corriéndose hacia el Miseno, lo ocultaba. Entonces mi madre me pedía, me rogaba y me mandaba que huyese como pudiera, porque siendo yo joven bien lo podría hacer, y ella apesadumbrada por los años y el cuerpo, moriría tranquila al no ser la causa de mi muerte. yo, por mi parte, no me quería poner a salvo si no era justamente con ella; y así la cogí de la mano y la obligué a ir de prisa, lo que hizo acusándose a sí misma de constituir un estrobo para mí. Ya caía ceniza, aunque poca, pero al volver el rostro vi que se aproximaba una espesa niebla por detrás de nosotros que, como un torrente, se extendía por tierra.

"Apartémonos -dije- mientras veamos, a fin de que la multitud no nos atropelle en la calle empedrada cuando vengan las tinieblas"
Apenas había dicho esto cuando anocheció, no como en las noches sin luna o nubladas sino con una oscuridad igual a la que se produce en un sitio cerrado en el que no hay luces. Allí hubieras oído chillidos de mujeres, gritos de niños, vocerío de hombres: todos buscaban a voces a sus padres, a sus hijos, a sus esposos, los cuales también a gritos respondían. Unos lamentaban su desgracia, otros la de sus parientes, y había quienes que por miedo a la muerte la imprecaban. Muchos eran los que elevaban las manos hacia los dioses, y otros se habían convencido de que los dioses no existen, creían que era la última noche del mundo. No faltaban los que con terror falso y fingido exageraban los peligros reales. Algunos notificaban a los crédulos con falsedad que se había desmoronado e incendiado el Miseno. Cuando aclaró un poco nos pareció que no amanecía sino que el fuego se iba aproximando; pero se detuvo un poco lejos y luego volvieron las tinieblas y otra vez la densa y espesa ceniza. De cuando en cuando nos levantábamos para sacudirnos las cenizas, de lo contrario nos hubiera cubierto y ahogado con su peso. Me podría envanecer de no haberme lamentado y no haber proferido ningún grito fuerte en medio de tantos peligros, pero me consolaba, en mi mortalidad, la idea de que todos y todo acababa conmigo.
El último día de Pompeya. Por Karl Briulov. 1833. 
State Russian Museum. San Petersburgo

Aquel vaho caliginoso, no obstante, se desvaneció en humo y niebla, y pronto amaneció de veras y hasta lució el sol, aunque algo sombrío, como cuando se produce un eclipse. Ante nuestros ojos parpadeantes todo parecía distitnto y cubierto de espesa ceniza, como si fuera nieve. Tras haber curado como pudimos nuestros cuerpos volvimos a Miseno y pasamos una noche angustiosa y terrible entre la esperanza y el miedo.

Prevaleció el miedo, porque todavía duraba el terremoto, y eran muchos los que añadían a las desventuras propias y ajenas terroríficos vaticinios. Pero nosotros no determinamos marcharnos, aunque todavía estábamos expuestos al peligro, porque esperábamos noticias de mi tío.
Ten salud."

FUENTES UTILIZADAS
Para la realización de esta entrada se han utilizado, entre otras, las siguientes fuentes: Reportaje de la Historia. Editorial Planeta, SA. Barcelona - España. 1986.



24 septiembre 2021

PLINIO, EL JOVEN. CARTA DE LA MUERTE DE PLINIO, EL VIEJO. EPISTULAE VI, 16

PLINIO EL JOVEN
Caius Plinius Caecilius Secundus, más conocido como Plinio el Joven (c. 62-113) nació en Como y fue un abogado, escritor y científico de la antigua Roma.
Sus obras son el Panegírico de Trajano y los diez libros que componen su Epistolario.
Fue sobrino e hijo adoptivo de Plinio el Viejo, el célebre erudito, naturalista y escritor que fue el autor de la Historia Natural
Plinio el Joven destacó por su carrera como abogado y político bajo tres emperadores: Domiciano, Nerva y Trajano.
Plinio el Joven fue amigo del historiador Tácito y alumno del orador retórico romano Quintiliano y mantuvo correspondencia con el emperador Trajano.


LAS CARTAS DE PLINIO EL JOVEN
Plinio el Joven alcanzó la fama que era una de sus grandes aspiraciones, gracias a sus cartas.
Su Epistolario es uno de los más destacados de toda la literatura latina.
Sus cartas particulares proporcionan una descripción valiosa y amable de la vida del escritor y de sus amigos y de la vida pública y privada de la Roma del emperador Trajano. 
Algunas de las cartas más interesantes van dirigidas a dos de sus amigos, el historiador Publio Cornelio Tácito, comentando la erupción del Vesubio y la muerte de su tío Plinio el Viejo, y otra dirigida al emperador romano Trajano, sobre la política necesaria con los cristianos.
Es muy conocida también la carta en la que narra un caso de la aparición de un fantasma en una casa encantada de Atenas que se considera uno de los orígenes de la literatura gótica.
PLINIO Y TÁCITO
Plinio el Joven fue amigo del senador e historiador romano Tácito con el que tenía correspondencia.
Tácito era un gran abogado y Plinio lo consideraba más grande que el mismo Cicerón.
Escribió varias obras históricas, biográficas y etnográficas, entre las que destacan los Anales y las Historias.
Tácito, como la mayoría de los historiadores de la Antigüedad, desempeñó un activo papel en la política, fue miembro del Senado y ocupó los puestos más elevados de la jerarquía administrativa.
En esta carta, Plinio, a petición de Tácito, explica a su amigo las circunstancias de la muerte de su tío, conocido como Plinio el Viejo.
LA MUERTE DE PLINIO EL VIEJO
La muerte del geógrafo, historiador y naturalista latino Cayo Plinio Segundo, conocido como Plinio el Viejo, tiene lugar en un trágico suceso.
Plinio el viejo falleció en la famosa erupción del Vesubio que arrasaría las ciudades de Pompeya y Herculano, en el año 79 de nuestra era, y de la que él fue víctima y testigo.
Tenemos noticias detalladas de ese hecho, gracias al relato que hizo en una carta su sobrino e hijo adoptivo, Plinio el Joven.
Plinio el Joven y su madre en Miseno por Angelica Kauffmann, 1785


CARTA DE PLINIO EL JOVEN CONTANDO LA MUERTE DE SU TÍO PLINIO EL VIEJO
EPISTULAE VI, 16
C. PLINIO a su querido Tácito, salud

Pides que te escriba la muerte de mi tío para poder transmitirla a la posteridad con más veracidad. Te doy las gracias, pues veo que a su muerte, si es recordada por ti, se le ha planteado una gloria inmortal.

En efecto, aunque murió en la destrucción de unas hermosísimas tierras, destinado en cierto modo a vivir siempre, como corresponde a los pueblos y ciudades de memorable suerte, aunque él mismo redactó obras numerosas y duraderas, sin embargo la inmortalidad de tus escritos incrementará mucho su permanencia.

En verdad considero dichosos a quienes les ha sido dado por obsequio de los dioses o hacer cosas dignas de ser escritas o escribir cosas dignas de ser leídas, pero considero los más dichosos a quienes se les ha dado ambas cosas. En el número de éstos estará mi tío, tanto por sus libros como por los tuyos. Por eso con mucho gusto asumo, incluso reivindico, lo que propones.

Estaba en Miseno y presidía el mando de la flota. El día 24 de agosto en torno a las 13 horas mi madre le indica que se divisa una nube de un tamaño y una forma inusual.

Él, tras haber disfrutado del sol, y luego de un baño frío, había tomado un bocado tumbado y ahora trabajaba; pide las sandalias, sube a un lugar desde el que podía contemplar mejor aquel fenómeno. Una nube (no estaba claro de qué monte venía según se la veía de lejos; sólo luego se supo que había sido del Vesubio) estaba surgiendo. No se parecía por su forma a ningún otro árbol que no fuera un pino.

Pues extendiéndose de abajo arriba en forma de tronco, por decirlo así, de forma muy alargada, se dispersaba en algunas ramas, según creo, porque reavivada por un soplo reciente, al disminuir éste luego, se disipaba a todo lo ancho, abandonada o más bien vencida por su peso; unas veces tenía un color blanco brillante, otras sucio y con manchas, como si hubiera llevado hasta el cielo tierra o ceniza.

Le pareció que debía ser examinado en mayor medida y más cerca, como corresponde a un hombre muy erudito. Ordena que se prepare una nave libúrnica; me da la posibilidad de acompañarle, si quería; le respondí que yo prefería estudiar, y casualmente él mismo me había puesto algo para escribir.

Salía de casa; recibe un mensaje de Rectina, la esposa de Tasco, asustada por el amenazante peligro (pues su villa estaba bajo el Vesubio, y no había salida alguna excepto por barcos): rogaba que la salvara de tan gran apuro.

Cambia de plan y lo que había empezado con ánimo científico lo afronta con el mayor empeño. Sacó unas barcas con cuatro filas de remos y embarcó dispuesto a ayudar no sólo a Rectina, sino también a muchos (pues lo agradable de la costa la había llenado de bañistas).

Se apresura a dirigirse a la parte de donde los demás huyen y mantiene el rumbo fijo y el timón hacia el peligro, estando sólo él libre de temor, de forma que fue dictando a su secretario y tomando notas de todas las características de aquel acontecimiento y todas sus formas según las había visto por sus propios ojos.

El último día de Pompeya por Karl Briullov (1827–1833) 

Ya caía ceniza en las naves, cuanto más se acercaban, más caliente y más densa; ya hasta piedras pómez y negras, quemadas y rotas por el fuego; ya un repentino bajo fondo y la playa inaccesible por el desplome del monte. Habiendo vacilado un poco sobre si debía girar hacia atrás, luego al piloto, que advertía que se hiciera así, le dice: "La fortuna ayuda a los valerosos: dirígete a casa de Pomponiani."

Se encontraba en Stabias apartado del centro del golfo (pues poco a poco el mar se adentra en la costa curvada y redondeada) Allí aunque el peligro no era próximo pero sí evidente y al arreciar la erupción muy cercana, había llevado equipajes a las naves, seguro de escapar si se aplacaba el viento que venía de frente y por el que era llevado de forma favorable mi tío. Él abraza, consuela y anima al asustado Pomponio. y para mitigar con su seguridad el temor de aquél, le ordena proporcionarle un baño; después del aseo, se reclina junto a la mesa, cena realmente alegre o (lo que es igualmente grande) simulando estar alegre.

Entre tanto desde el monte Vesubio por muchos lugares resplandecían llamaradas anchísimas y elevadas deflagraciones, cuyo resplandor y luminosidad se acentuaba por las tinieblas de la noche. Mi tío, para remedio del miedo, insistía en decir que debido a la agitación de los campesinos, se habían dejado los fuegos y las villas desiertas ardían sin vigilancia. Después se echó a reposar y reposó en verdad con un profundísimo sueño, pues su respiración, que era bastante pesada y ruidosa debido a su corpulencia, era oída por los que se encontraban ante su puerta.

Pero el patio desde el que se accedía a la estancia, colmado ya de una mezcla de ceniza y piedra pómez se había elevado de tal modo que, si se permanecía más tiempo en la habitación, se impediría la salida. Una vez despertado, sale y se reúne con Pomponiano y los demás que habían permanecido alertas.

Deliberan en común si se quedan en la casa o se van a donde sea al campo. Pues los aposentos oscilaban con frecuentes y amplios temblores y parecía que sacados de sus cimientos iban y volvían unas veces a un lado y otras a otro.

A la intemperie de nuevo se temía la caída de piedras pómez a pesar de ser ligeras y carcomidas, pero se escogió esta opción comparando peligros; y en el caso de mi tío, una reflexión se impuso a otra reflexión, en el de los demás, un temor a otro temor. Atan con vendas almohadas colocadas sobre sus espaldas: Esto fue la protección contra la caída de piedras.

Ya era de día en otros sitios y allí había una noche más negra y más espesa que todas las noches. Sin embargo muchas teas y variadas luminarias la aliviaban. Se decidió dirigirse hacia la playa y examinar desde cerca qué posibilidad ofrecería ya el mar; pero éste permanecía aún inaccesible y adverso.

Allí echado sobre una sábana extendida pidió una y otra vez agua fría y la apuró. Luego las llamas y el olor a azufre, indicio de las llamas, ponen en fuga a los demás, a él lo alertan.

Apoyándose en dos esclavos se levantó e inmediatamente se desplomó, según yo supongo, al quedar obstruida la respiración por la mayor densidad del humo, y al cerrársele el esófago, que por naturaleza tenía débil y estrecho y frecuentemente le producía ardores.

Cuando volvió la luz (era el tercer día, contando desde el que había visto por última vez) se halló su cuerpo intacto, sin heridas y cubierto tal y como se había vestido. El aspecto era más parecido a una persona dormida que a un cadáver.

Entre tanto en Miseno mi madre y yo ... pero esto no importa a la historia, ni tú quisiste saber otra cosa que su final. Por tanto termino.

Únicamente añadiré que he narrado todo en lo que yo había estado presente y lo que había oído inmediatamente, cuando se recuerda la verdad en mayor medida. Tú seleccionarás lo más importante; de hecho, una cosa es escribir una carta y otra escribir historia, una cosa es escribir a un amigo y otra a todos. Adiós.


¿QUÉ ES UNA ERUPCIÓN PLINIANA O VESUBIANA?

 La erupción del año 79 según la descripción de Plinio el Joven
Grabado de 1822 

Las erupciones plinianas son las que coinciden en su forma con la descripción hecha por Plinio el Joven de la erupción del Vesubio del año 79 que afectó las ciudades de Pompeya, Herculano, Stabias y Oplontis.
En esa  erupción la nube de gases que  expulsa el volcán tiene una forma similar a la de un pino mediterráneo de copa achatada.
La moderna vulcanología pudo comprobar que lo que allí narrado suponía una precisa observación.
 
FUENTES UTILIZADAS
Para la realización de esta entrada se han utilizado, entre otras, las siguientes fuentes: Plinio el Joven, El Vesubio, los fantasmas y otras cartas (Clásicos Liceo) Editorial Cátedra. Reportaje de la Historia. Editorial Planeta, SA. Barcelona - España. 1986. GARCÍA-JURADO, F. Plinio el Joven y el Vesubio: la épica de la destrucción. Hypotheses, Academic Blogs. Anábasis Histórica Blogspot, marvel77. Plinio el Viejo y el Vesubio. Año 79 d.C.