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10 junio 2023

ALEXANDER AFANASIEV: LA BRUJA BABA YAGA

 

ALEXANDER  AFANASIEV
Alexander Nikoláyevich Afanásiev fue un importante folklorista ruso nacido en Voronez, en 1826.

Estudió Derecho en la Universidad de Moscú, pero se dedicó a la literatura y el periodismo.

Hizo estudios sobre las tradiciones populares rusas y, siguiendo el ejemplo de los hermanos Grimm, recogió en las aldeas, de  labios de ancianas campesinas, muchas leyendas, fábulas y cuentos.
Recorrió provincias enteras obteniendo relatos de todas partes. Afanásiev tuvo que realizar un duro trabajo de recopilación, ya que los cuentos rusos no se dejaron por escrito, eran exclusivamente de tradición oral.   Muchas de estas narraciones eran contadas por personas sin ninguna instrucción, pero que poseían el arte de saber narrar.

Afanásiev fue uno de los estudiosos más destacados del siglo XIX en los campos del folclore y la literatura popular.
Entre sus estudios destaca el titulado: Las concepciones poéticas del pueblo eslavo en torno a la naturaleza.

A pesar de su importante labor, Alexandr Afanásiev murió pobre y desahuciado en Moscú, en 1871.



CUENTOS POPULARES RUSOS

La obra de Afanásiev consta de un total de 680 cuentos tradicionales rusos recogidos en su famosa recopilación Cuentos populares rusos, que publicó de 1855 a 1864, en ocho volúmenes.
Algunos títulos de sus cuentos son los siguientes: "La bruja y la hermana del Sol", "El niño prodigioso", "El Sol, la Luna y el Cuervo", "El Rey del Frío o Morozko", "El Pez de Oro", "Basilisa la Hermosa", "El corredor veloz", "La bruja Baba-Yaga", "El gigante Verlioka", "La señorita lista", "El adivino", "La ciencia mágica"...
En ellos se descubre la variedad de temas de estas creaciones de la tradición oral y su fantasía desbordante.


LA BRUJA BABA YAGA
Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:

-Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosas una camisa.
La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.
-Buenos días, tiíta.
-Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?
-Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.
-Acuérdate bien -le dijo entonces la tía- de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.
La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.
Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba-Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.
-Buenos días, tía.
-¿A qué vienes, sobrina?
-Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.
-Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.
Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:
-Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.
La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja se marchó, dijo a la criada:
-No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador.
Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.
Baba Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica y le preguntó a ésta:
-¿Estás tejiendo, sobrinita?
-Sí, tiíta, estoy trabajando.
La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría escaparse de allí. El gato le dijo:
-Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más de prisa que puedas, porque la bruja Baba-Yaga correrá tras de ti para cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja; cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja no podrá pasar.
La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta y pudo pasar.
El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:
-¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?
-Sí, tía, estoy tejiendo -respondió con voz ronca el gato.
Baba-Yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:
-¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!
-Llevo mucho tiempo a tu servicio -dijo el gato- y todavía no me has dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.
Baba Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con la criada y se puso a pegar a todos.
Los perros le dijeron:
-Te hemos servido muchos años sin que tú nos hayas dado ni siquiera una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.
La cancela dijo:
-Te he servido mucho tiempo sin que a pesar de mis chirridos me hayas engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.
El álamo dijo:
-Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.
La criada exclamó:
-Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.
Baba Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy ancho.
Baba-Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja continuó la persecución de la muchacha.
Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba Yaga estaba ya muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo y frondoso.
La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a su cabaña.
Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.
-¿Dónde está mi hijita querida?
-Ha ido a ver a su tía -contestó la madrastra.
Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.
-¿Dónde has estado? -le preguntó el padre.
-¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es la mismísima bruja Baba Yaga, que quiso comerme.
-¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?
Entonces la niña le contó todo lo sucedido.
Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su casa y se quedó con su hija.
Los dos vivieron en paz muchos años felices.

LA BABA YAGA

La bruja Baba Yaga es vieja, huesuda y arrugada, es un ser perverso y cruel que come personas, generalmente niños. Sus dientes le permiten romper huesos y desgarrar la carne con facilidad. 
A pesar de que Baba Yaga consume diariamente grandes cantidades de carne, siempre tiene un aspecto delgado y huesudo.
Baba Yaga vuela montada en un almirez o mortero, a veces una olla, y rema el aire con una escoba plateada.
Vive en una choza que se levanta sobre dos enormes patas de pollo que le sirven para desplazarse por toda Rusia.
La valla de su choza está adornada con cráneos, en cuyo interior coloca velas.
Para entrar en la casa, Baba Yaga dice el conjuro “Casita, casita, da la espalda al bosque y voltea hacia mí”.
El interior de la choza siempre está lleno de carne y de vino. La choza es guardada por los sirvientes invisibles de Baba Yaga, los cuales aparecen como manos espectrales.
Baba Yaga también tiene a su servicio a tres caballeros uno blanco, otro rojo y un tercero negro, que controlan el día, el atardecer y la noche.





29 diciembre 2019

ALEXANDER AFANASIEV: MOROZKITO, MOROZKO O EL REY DEL FRÍO


ALEXANDER AFANASIEV
Alexandr Nikoláyevich Afanásiev fue un importante folklorista ruso nacido en Voronez, en 1826.
Estudió Derecho en la Universidad de Moscú, pero se dedicó a la literatura y el periodismo.
Hizo estudios sobre las tradiciones populares rusas y, siguiendo el ejemplo de los hermanos Grimm, recogió en las aldeas, de  labios de ancianas campesinas, muchas leyendas, fábulas y cuentos.
Una de los cuentos de Afanasiev más famosos es el de Morozkito, Morozko, el Rey del Frío.

MOROZKO O EL REY DEL FRÍO

Érase que se era un viejo que vivía con su mujer, también anciana, y con sus tres hijas, la mayor de las cuales era hijastra de aquélla. Como sucede casi siempre, la madrastra no dejaba nunca en paz a la pobre muchacha y la regañaba constantemente por cualquier pretexto.
-¡Qué perezosa y sucia eres! ¿Dónde pusiste la escoba? ¿Qué has hecho de la badila? ¡Qué sucio está este suelo!
Y, sin embargo, Marfutka podía servir muy bien de modelo, pues, además de linda, era muy trabajadora y modesta. Se levantaba al amanecer, iba en busca de leña y de agua, encendía la lumbre, barría, daba de comer al ganado y se esforzaba en agradar a su madrastra, soportando pacientemente cuantos reproches, siempre injustos, le hacía. Sólo cuando ya no podía más se sentaba en un rincón, donde se consolaba llorando.
Sus hermanas, con el ejemplo que recibían de su madre, le dirigían frecuentes insultos y la mortificaban grandemente; acostumbraban a levantarse tarde, se lavaban con el agua que Marfutka había preparado para sí y se secaban con su toalla limpia. Después de haber comido es cuando solían ponerse a trabajar.
El viejo se compadecía de su hija mayor, pero no sabía cómo intervenir en su favor, pues su mujer, que era la que mandaba en aquella casa, no le permitía nunca dar su opinión.
Las hijas fueron creciendo, llegaron a la edad de buscarles marido, y los ancianos calculaban el modo de casarlas lo mejor posible. El padre deseaba que las tres tuviesen acierto en la elección; pero la madre sólo pensaba en sus dos hijas y no en la hijastra. Un día se le ocurrió una idea perversa, y dijo a su marido:
-Oye, viejo, ya es hora de que casemos a Marfutka, pues pienso que mientras ella no se case tal vez suceda que las niñas pierdan un buen partido; así es que nos tenemos que deshacer de ella casándola lo antes posible.
-¡Bien! -dijo el marido, echándose sobre la estufa.
Entonces la vieja continuó:
-Yo ya le tengo elegido un novio; así es que mañana te levantarás al amanecer, engancharás el caballo al trineo y partirás con Marfutka; pero no te diré dónde debes ir hasta que llegue el momento de marchar.
Luego, dirigiéndose a su hijastra, le habló así:
-Y tú, hijita querida, meterás todas tus cosas en tu baulito y te vestirás con tus mejores galas, pues tienes que acompañar a tu padre a una visita.
Al día siguiente Marfutka se levantó al amanecer, se lavó cuidadosamente, recitó sus oraciones, saludó al padre y a la madre, puso lo poco que tenía en el pequeño baúl y se engalanó con su mejor vestido. Resultaba una novia hermosísima.
El viejo, cuando hubo enganchado el caballo al trineo, lo puso ante la puerta de la cabaña y dijo:
-Ya está todo listo; y tú, Marfutka, ¿estás también preparada?
-Sí, estoy pronta, padre mío.
-Bien -dijo la madrastra-; ahora es preciso que coman.
El anciano padre, lleno de asombro, pensó: «¿Por qué se sentirá hoy tan generosa la vieja?»
Cuando terminaba la colación, dijo la esposa al asombrado viejo y a su hijastra:
-Te he desposado, Marfutka, con Morozko, el Rey del Frío. No es un novio joven ni apuesto, pero es, en cambio, riquísimo, y ¿qué más puedes desear? Con el tiempo llegarás a quererlo.
El anciano dejó caer la cuchara, que aún tenía en la mano, y con los ojos llenos de espanto miró suplicante a su mujer.
-Por Dios, mujer -lo dijo-. ¿Perdiste el juicio?
-No sirve ya que protestes; ¡está decidido, y basta! ¿No es acaso un novio rico? Pues entonces, ¿de qué quejarse? Todos los abetos, pinos y abedules los tiene cubiertos de plata. No tendrán que andar mucho; irán directamente hasta la primera bifurcación del camino, luego tirarán hacia la derecha, entrarán en el bosque, y cuando hayan corrido unas cuantas leguas verán un pino altísimo y allí quedará depositada Marfutka. Fíjate bien en el sitio que te digo para no olvidarlo, pues mañana volverás para hacerle una visita a la recién casada. ¡Ánimo, pues! Es preciso que no pierdan tiempo.


Era un invierno crudísimo el de aquel año; cubrían la tierra enormes montones de nieve helada y los pájaros caían muertos de frío cuando intentaban volar. El desesperado viejo abandonó el banco en que estaba sentado, acomodó en el trineo el equipaje de su hija, mandando a ésta que se abrigara bien con la pelliza, y al fin se pusieron los dos en camino.
Cuando llegaron al bosque se internaron en él. Era un bosque frondoso, y tan espeso que parecía infranqueable. Al llegar bajo el altísimo pino hicieron alto, y el viejo dijo a su hija:
-Baja, hija mía.
Marfutka lo obedeció y su padre descargó del trineo el baulito, que puso al pie del árbol. Hizo que su hija se sentara sobre él y dijo:
-Espera aquí a tu prometido y acógelo cariñosamente.
Se despidieron y el padre volvió a tomar el camino de su casa.
La pobre niña, al quedar sola al pie del altísimo pino, sentada sobre su baúl, sintió gran tristeza. Al poco rato empezó a tiritar, pues hacía un frío intensísimo que la iba invadiendo poco a poco. De pronto oyó allá a lo lejos a Morozko, el Rey del Frío, que hacía gemir al bosque saltando de un abeto a otro. Por fin llegó hasta el pino altísimo, y al descubrir a Marfutka le dijo:
-Doncellita, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, hermosa?
-No, no tengo frío, abuelito Morozkito, Morozko -contestó la infeliz muchacha, mientras daba diente con diente.
El Rey del Frío fue descendiendo, haciendo gemir al pino más y más, y ya muy cerca de Marfutka volvió a preguntarle:
-Doncellita, ¿tienes frío? ¿Tienes frío, hermosa?
Y la pobrecita niña no le pudo responder porque ya empezaba a quedarse helada.


Entonces el rey sintió gran compasión por ella y la arropó bien con abrigos de pieles y le prodigó mil caricias. Luego le regaló un cofrecillo en el que había mil prendas lujosas y de valor, un capote forrado de raso y muchísimas piedras preciosas.
-Me conmoviste, niña, con tu docilidad y paciencia.
La perversa madrastra se levantó con el alba y se puso a freír buñuelos para celebrar la muerte de Marfutka.
-Ahora -dijo a su marido- vete a felicitar a los recién casados.
El viejo, pacientemente, enganchó el caballo al trineo y se marchó. Cuando llegó al pie del pino no daba crédito a sus ojos: Marfutka estaba sentada sobre el baúl, como la dejó la víspera, sólo que muy contenta y abrigada con un precioso abrigo de pieles; adornaba sus orejas con magníficos pendientes y a su lado se veía un soberbio cofre de plata repujada.
Cargó el viejo todo este tesoro en el trineo, hizo subir en él a su hija y, sentándose a su vez, arreó al caballo camino de su cabaña.
Mientras tanto, la vieja, que seguía su tarea de freír buñuelos, sintió que el Perrillo ladraba debajo del banco:
-¡Guau! ¡Guau! Marfutka viene cargada de tesoros.
Se incomodó la vieja al oírlo, y la rabia le hizo coger un leño, que tiró al can.
-¡Mientes, maldito! El viejo trae solamente los huesecitos de Marfutka.
Al fin se sintió llegar al trineo y la vieja se apresuró a salir a la puerta. Quedó asombrada. Marfutka venía más hermosa que nunca, sentada junto a su padre y ataviada ricamente. Junto a sí traía el cofre de plata que encerraba los regalos del Rey del Frío.
La madrastra disimuló su rabia, acogiendo con muestras de alegría y cariño a la muchacha, y la invitó a entrar en la cabaña, haciéndola sentar en el sitio de honor, debajo de las imágenes.
Sus dos hermanas sintieron gran envidia al ver los ricos presentes que le había hecho el Rey del Frío, y pidieron a su madre que las llevara al bosque para hacer una visita a tan espléndido señor.
-También nos regalará a nosotras -dijeron-, pues somos tan hermosas o más que Marfutka.
A la siguiente mañana la madre dio de comer a sus hijas, hizo que se vistieran con sus mejores vestidos y preparó todas las cosas necesarias para el viaje. Se despidieron ellas de su madre y, acompañadas del viejo, partieron hacia el mismo sitio donde quedara la víspera su hermana mayor. Y allí, bajo el pino altísimo, las dejó su padre.
Sentáronse las dos jóvenes una junto a otra, decididas a esperar y entretenidas en calcular las enormes riquezas del Rey del Frío. Llevaban bonísimos abrigos; pero, no obstante, empezaron a sentir mucho frío.
-¿Dónde se habrá metido ese rey? -dijo una de ellas-. Si continuamos así mucho rato llegaremos a helarnos.
-¿Y qué vamos a hacer? -dijo la otra-. ¿Te figuras tú que novios del rango del Rey del Frío se apresuran por ir a ver a sus prometidas? Y a propósito: ¿a quién crees tú que elegirá, a ti o a mí?
-Desde luego creo que a mí, porque soy la mayor.
-No, te engañas; me escogerá a mí.
-¡Serás tonta!
Se enzarzaron de palabras y concluyeron por reñir seriamente. Y riñeron, riñeron, hasta que de repente oyeron al Rey del Frío, que hacía gemir al bosque saltando de un abeto a otro.
Enmudecieron las jóvenes y sintieron al fin sobre el pino altísimo a su presunto prometido, que les decía:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
-¡Oh, sí, abuelo! Sentimos demasiado frío. ¡Un frío enorme! Esperándote, casi nos hemos quedado heladas. ¿Dónde te metiste para no llegar hasta ahora?
Descendió un tanto el Rey del Frío, haciendo gemir más y más al pino, y volvió a preguntarles:
-Doncellitas, doncellitas, ¿tienen frío? ¿tienen frío, hermosas?
-¡Vete allá, viejo estúpido! Nos tienes medio heladas y todavía nos preguntas si tenemos frío. ¡Vaya! ¡Mira que venir encima con burlas! Danos de una vez los regalos o nos marcharemos inmediatamente de aquí.
Bajó entonces el Rey del Frío hasta el mismo suelo e insistió en la pregunta:
-Doncellitas, doncellitas. ¿Tienen frío? ¿Tienen frío, hermosas?
Sintieron tal ira las hijas de la vieja, que ni siquiera se dignaron contestarle, y entonces el rey Morozko sintió también enojo y las aventó de tal modo que las jóvenes quedaron yertas en la misma actitud violenta que tenían; y todavía el Rey del Frío esparció sobre ellas gran cantidad de escarcha, alejándose por fin del bosque, saltando de un abeto a otro y haciendo gemir las ramas de los árboles bajo su agudo soplo...


Al día siguiente dijo la mujer a su esposo:
-¡Anda, hombre! Engancha de una vez el trineo, pon gran cantidad de heno y lleva contigo la mejor manta, pues con seguridad que mis hijitas tendrán mucho frío. ¿No ves el tiempo que está haciendo? ¡Anda! ¡Ve de prisa!
El anciano hizo todo lo que le decía su mujer y marchó en busca de las hijas. Al llegar al sitio del bosque donde quedaron las doncellas levantó las manos al cielo con gesto desesperado y lleno de estupor; sus dos hijas estaban muertas, sentadas al pie del altísimo pino. Fue preciso levantarlas para depositarlas en el trineo y dirigirse a casa.
Entretanto la vieja preparaba una comida suculenta para regalar a sus hijas; pero el Perrito ladró esta vez de nuevo bajo el banco de este modo:
-¡Guau! ¡Guau! Viene el viejo, pero sólo trae los huesecitos de tus hijas.
La mujer, encolerizada, le tiró un leño.
-¡Mientes, maldito! El viejo viene con nuestras hijas y traen además el trineo cargado de tesoros.
Por fin llegó el anciano, y salió la esposa a recibirle; pero quedó como petrificada: sus dos hijas venían yertas tendidas sobre el trineo.
-¿Qué hiciste, viejo idiota? -le dijo-. ¿Qué hiciste con mis hijas, con nuestras niñas adoradas? ¿Es que quieres que te golpee con el hurgón?
-¡Qué quieres que le hagamos, mujer! -contestó el viejo con desesperado acento-. Todos hemos tenido la culpa: ellas, las infelices, por haber sentido envidia y deseo de riquezas; tú, por no haberlas disuadido, y yo he pecado siempre dejándote hacer cuanto te vino en gana. Ahora ya no tiene remedio.

Se desesperó y lloró la mujer con lágrimas de amargura y se rebeló contra el marido; pero el tiempo mitigó penas y rencores y al final hicieron las paces. Y desde entonces fue menos despiadada con Marfutka, la que pasado algún tiempo se casó con un buen mozo, bailando los dos ancianos el día del desposorio.
FIN



Las ilustraciones que aparecen en esta entrada dedicada al cuento Moruzkito Morozko, el Rey del Frío recogido por Alexander Afanasiev pertenecen a  la escritora  y dibujante estadounidense Ruth Sanderson.


DED MOROZ Y SNEGÚROCHKA

Ded Moroz o su diminutivo Dedushka Moroz es el equivalente ruso de Papá Noel, con origen en las leyendas tradicionales  eslavas orientales y tiene su morada en la ciudad de Veliky Ustiug.

La traducción literal del nombre ruso es Abuelo  del Frío, con variaciones como Abuelo del Hielo o de la Escarcha o Abuelo de las Nieves, entre otras.

Tradicionalmente, Ded Moroz aparece acompañado de su nieta Snegúrochka, la Doncella de las Nieves.