19 marzo 2014

PHILIP K. DICK, ¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON OVEJAS ELÉCTRICAS?


PHILIP K. DICK
Philip Kindred Dick fue un escritor y novelista estadounidense de ciencia ficción.

En su primera juventud, publicó regularmente historias cortas en el Club de Autores Jóvenes, una columna del Berkeley Gazette




Durante estos años su salud no fue buena, y sufrió frecuentes ataques de asma y períodos de agorafobia.

Devoraba todas las revistas de ciencia-ficción que llegaban a sus manos. 


Philip K. Dick estudió sin graduarse en la Universidad de Berkeley, donde colaboró en programas de radio y se introdujo en el mundo de la contracultura y el movimiento de la Generación Beat.

La experiencia religiosa de Philip K. Dick 

cómic de  Robert Crumb



Su trabajo como escritor sufrió las duras consecuencias de su adicción a las drogas y de sus episodios de paranoia que lo llevaron a un intento de suicidio.
Tuvo una compleja vida sentimental y cinco matrimonios.

















Philip K. Dick  con  Tessa, su quinta esposa, en los años 70


Una de las mayores virtudes de Philip K. Dick es que produjo ciencia ficción seria y de calidad al alcance  del gran público. 


Fue un escritor consistente y brillante, y de los más originales del género de la ciencia ficción.





¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON OVEJAS ELÉCTRICAS?
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es una novela corta del género de ciencia ficción publicada en 1968.

Esta novela de Philip K. Dick, trata temas como el impreciso límite entre lo artificial y lo natural, la decadencia de la vida y la sociedad, y aborda diversos problemas éticos sobre los androides. 


Se la puede enmarcar en el subgénero del cyberpunk por sus ambientes y descripciones de un mundo oscuro y destruido donde la tecnología es omnipresente.



BLADE RUNNER

Blade Runner es una película de ciencia ficción estadounidense dirigida por Ridley Scott, estrenada en 1982.

Su guion está basado en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?







La acción discurre en el 2019 en una sociedad distópica en la que las diferencias entre los seres humanos y los androides replicantes se van difuminando.
Solo es posible determinar si alguien es un androide aplicando el test Voight-Kampff.




A principios del siglo XXI, la poderosa Tyrell Corporation crea, gracias a los avances de la ingeniería genética, un robot llamado Nexus 6, un ser virtualmente idéntico al hombre pero superior a él en fuerza y agilidad, al que se le da el nombre de replicante. 

Estos robots trabajan como esclavos en las colonias exteriores de la Tierra. 

Después de la sangrienta rebelión de un equipo de Nexus 6, los replicantes son desterrados de la Tierra. 


Brigadas especiales de policía, los Blade Runners, tienen órdenes de matar a todos los replicantes que no hayan acatado la condena. 

Pero a esto no se le llamaba ejecución, se le llama "retiro".






Aunque en su estreno no obtuvo buenos resultados en taquilla actualmente Blade Runner se considera una película clásica de culto.







YO HE VISTO COSAS...
En Blade Runner, el nexus 6 Roy, interpretado por Rutger Hauer, perteneciente a la última y más perfecta generación de replicantes, programada por ello para una corta vida pronuncia las siguientes palabras antes de morir:


"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir."

Aquí puedes ver y escuchar este monólogo, uno de los más famosos de la historia del cine: 


 


CURIOSIDADES

¿QUÉ ES UNA DISTOPÍA?



Una distopía o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma.
En la sociedad futura vaticinada en Blade Runner, deshumanizada e inmersa en una crisis de valores, los replicantes son más humanos que los propios humanos.



¿QUÉ ES UN ANDROIDE?


Según el Diccionario Usual de la Real Academia Española:

androide.

(Del lat. mod. androides, y este del gr. ἀνήρ, ἀνδρός 'varón' y el lat. -oīdes '-oide').

1. m. Autómata de figura de hombre. 



¿QUÉ ES UN REPLICANTE?












Los replicantes o andrillos son seres artificiales o androides que imitan al ser humano en su aspecto físico y en su comportamiento, llegando a ser virtualmente indistinguibles.


Aparecen en la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y en su adaptación al cine por Ridley Scott en la película Blade Runner.



El modelo Nexus 6,  son androides de última generación, externamente idénticos a los humanos, pero con algunas diferencias como por ejemplo que su vida operacional es de unos cuatro años y carecen de experiencia y de recuerdos de una vida humana normal.



¿ES DECKARD UN REPLICANTE? 



Una de las interpretaciones de Blade Runner de Ridley Scott es la posibilidad de que Deckard, el Blade Runner protagonista, sea él mismo un replicante o androide.

Quizás este vídeo te ayude a aclararlo:






¿QUÉ ES EL TEST DE VOIGHT-KAMPF?


En la película Blade Runner, el test Voight-Kampff, también llamado test de empatía, es un sistema científico ficticio para determinar si un ser es humano o replicante.

El test que ya aparece en la novela de Philip K. Dick requiere una máquina similar a un polígrafo y es un examen científico-psicológico al que algunos replicantes han aprendido ya a engañar.

En la actualidad existe una aplicación del test Voight-Kampff para iPhone, basado en el test de la película Blade Runner. 



¿QUÉ ES UNA OVEJA ELÉCTRICA?


Electric Sheep, la oveja eléctrica, es un salvapantallas gratuito, de código abierto y multiplataforma que se ejecuta a la vez en ordenadores de todo el mundo.

El proyecto Electric Sheep está dedicado a la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? 

Cuando tu computador se va a "dormir" y se activa el salvapantallas se empieza a generar una imágen abstracta de gran complejidad, llamada "oveja".


Todas las "ovejas" son compartidas por todos los ordenadores que están "durmiendo" y combinadas. 
Cualquier usuario puede votar por la que más les guste de modo que prevalezca sobre las otras en el "sueño".



















11 marzo 2014

LEOPOLDO MARÍA PANERO, ANNABEL LEE



LEOPOLDO MARÍA PANERO

Leopoldo María Panero es un poeta perteneciente al grupo de los llamados Nueve novísimos. 
En la antología de poesía de Josep Maria Castellet declaraba:

“Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no solo no quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio, dicha de muchos modos”


Fallecido en marzo de 2014 en un psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido voluntariamente desde hacía más de una década.

Entre sus obras están poemarios como TeoríaNarciso en el acorde último de las flautasLast River TogetherEl último hombrePoemas del manicomio de MondragónContra España y otros poemas no de amor o Locos

Su obra se ha definido como una mezcla de irracionalismo, expresionismo, culturalismo y hermetismo.

A su muerte, Leopoldo María Panero ha dejado, al menos, un poemario inédito titulado Rosa enferma



LEOPOLDO MARÍA PANERO Y POE

Este es el acercamiento a la Annabel Lee de Poe que hace el poeta Leopoldo María Panero:


Hay un nombre cuyo ruido hace
temblar al aire como si fuera de algo
el de mi hermosa ANNABEL LEE: el de una niña
que me amó como si yo algo fuera
y que al morir supo tan sólo
a Dios decir un nombre, un ruido:

ANNABEL LEE.

Yo era una niña y ella casi un niño
nadando los dos bajo el mar; pero
nos amábamos ambos de algo como hierro
y llorábamos juntos los dos, bajo el cielo.
Y fue ese el motivo quizá por el que un día
una lágrima cayó del cielo disolviendo
como un ácido el cuerpo que temblaba
de mi hermosa, de mi pálida ANNABEL LEE, y entonces
vinieron sus padres, gente de dinero
a hacerse cargo del alma, y dicen
que la enterraron bajo el mar.

Pero hoy los huesos de una niña bailan
allí junto a una roca, cerca
de aquel reino moribundo que hay
debajo del mar, y cantan
aún esa canción demente, la
de los seres que
se enterraron juntos pronunciando
a solas el nombre de

ANNABEL LEE.


Publicado en de Poesía. 1970-1985 (Visor, 1986)







05 marzo 2014

EDGAR ALLAN POE, EL CUERVO

EDGAR ALLAN POE
Edgar Allan Poe es un poeta, narrador y crítico literario estadounidense perteneciente al Romanticismo.

Su famoso poema El cuervo se publicó originalmente en 1845, y que ha pervivido en el tiempo como uno de sus mejores textos.


El poema recrea un ambiente que condensa a la perfección los temas recurrentes en la literatura de Poe: la amada muerta, la noche, la locura, lo siniestro y los ambientes opresivos.

Un cuervo entra en la habitación de un joven que estudia melancólico y solitario en una fría noche de diciembre y posándose sobre un busto de la diosa Palas repite ¡Nunca jamás! a las preguntas que le formula el joven, que espera que el ave aclare sus inquietudes.

Inspirado para su creación, entre otros, por Charles Dickens, este poema ha influido a su vez en cientos de artistas, dando lugar a multitud de obras.
Como ejemplos,  The Raven de Lou Reed, el cómic de James O’Barr, The Crow, o las numerosas adaptaciones cinematográficas  o televisivas de la obra. 
Entre las que podemos citar los trabajos de interpretación de actores como Vincent Price, los recitados de Christopher Lee o Christopher Walken o el corto Vincent hecho por Tim Burton en homenaje a la obra de Poe.
La serie de dibujos animados, Los Simpson tiene un capítulo dedicado a El Cuervo.
También el Realismo mágico de Cortázar y las obras de Borges beben directamente de Poe, así como lo hace Lovecraft en la creación de su singular universo.



EL CUERVO


Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
se oyó de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”




¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.





Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
me llenaba de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”



Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.


Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.


Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!


De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.


Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”


Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”




Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como vertiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”


Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”


Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir graznando: “Nunca más.”




En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!


Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”


“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”


“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”




“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”




Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!





THE RAVEN




Gustave Doré realizó una serie de maravillosos grabados para el poema de Poe. 

Si quieres consultar el texto original de The Raven en inglés con todas las ilustraciones en grabados originales de Gustave Doré o escucharlo recitado por Christophen Walken, puedes hacerlo en el siguiente enlace:

The Raven de Edgar Allan Poe ilustrado por Gustave Doré




O también puedes escuchar El cuervo en este vídeo recitado por el actor Sir Christopher Lee:












02 marzo 2014

CLARICE LISPECTOR, RESTOS DE CARNAVAL


CLARICE LISPECTOR
Clarice Lispector es una famosa escritora brasileña aunque nacida en una aldea de Ucrania. 
Está considerada una de las escritoras más importantes del siglo XX.

Cuando Clarice era un bebé su familia huyendo de los progroms rusos se trasladó desde Ucrania a Recife en Brasil.
Más tarde estudió Derecho en Río de Janeiro y ella misma se declaraba brasileña.

Residió en Milán, Londres, París y Berna por la profesión de diplomático de su marido.
De vuelta en Brasil colaboró como periodista y escritora en las revistas Senhor y Comicio y en el Diário da  Noite y en el Correio da Manhâ.

Se trasladó con su marido durante ocho años a Washington DC, posteriormente se separó de él, regresó a Brasil y continuó escribiendo.

Judía de origen, su obra está empapada en la tradición hebraica por influjo familiar.
Fue una precursora que utilizó el flujo de conciencia en sus primeros escritos mucho antes de haber leído a Virginia Wolf y a James Joyce.

RESTOS DE CARNAVAL
No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.

En la realidad, sin embargo, yo poco participaba. Nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos, mirando ávidamente cómo se divertían los demás. Dos cosas preciosas conseguía yo entonces, y las economizaba con avaricia para que me durasen los tres días: un atomizador de perfume, y una bolsa de confeti. Ah, se está poniendo difícil escribir. Porque siento cómo se me va a ensombrecer el corazón al constatar que, aun incorporándome tan poco a la alegría, tan sedienta estaba yo que en un abrir y cerrar de ojos me transformaba en una niña feliz.

¿Y las máscaras? Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara. Si un enmascarado hablaba conmigo en la puerta al pie de la escalera, de pronto yo entraba en contacto indispensable con mi mundo interior, que no estaba hecho sólo de duendes y príncipes encantados, sino de personas con su propio misterio. Hasta el susto que me daban los enmascarados era, pues, esencial para mí.

No me disfrazaban: en medio de las preocupaciones por la enfermedad de mi madre, a nadie en la casa se le pasaba por la cabeza el carnaval de la pequeña. Pero yo le pedía a una de mis hermanas que me rizara esos cabellos lacios que tanto disgusto me causaban, y al menos durante tres días al año podía jactarme de tener cabellos rizados. En esos tres días, además, mi hermana complacía mi intenso sueño de ser muchacha -yo apenas podía con las ganas de salir de una infancia vulnerable- y me pintaba la boca con pintalabios muy fuerte pasándome el colorete también por las mejillas. Entonces me sentía bonita y femenina, escapaba de la niñez.

Pero hubo un carnaval diferente a los otros. Tan milagroso que yo no lograba creer que me fuese dado tanto; yo, que ya había aprendido a pedir poco. Ocurrió que la madre de una amiga mía había resuelto disfrazar a la hija, y en el figurín el nombre del disfraz era Rosa. Por lo tanto, había comprado hojas y hojas de papel crepé de color rosa, con las cuales, supongo, pretendía imitar los pétalos de una flor. Boquiabierta, yo veía cómo el disfraz iba cobrando forma y creándose poco a poco. Aunque el papel crepé no se pareciese ni de lejos a los pétalos, yo pensaba seriamente que era uno de los disfraces más bonitos que había visto jamás.

Fue entonces cuando, por simple casualidad, sucedió lo inesperado: sobró papel crepé, y mucho. Y la mamá de mi amiga -respondiendo tal vez a mi muda llamada, a mi muda envidia desesperada, o por pura bondad, ya que sobraba papel- decidió hacer para mí también un disfraz de rosa con el material sobrante. Aquel carnaval, pues, yo iba a conseguir por primera vez en la vida lo que siempre había querido: iba a ser otra aunque no yo misma.

Ya los preparativos me atontaban de felicidad. Nunca me había sentido tan ocupada: minuciosamente calculábamos todo con mi amiga, debajo del disfraz nos pondríamos un fondo de manera que, si llovía y el disfraz llegaba a derretirse, por lo menos quedaríamos vestidas hasta cierto punto. (Ante la sola idea de que una lluvia repentina nos dejase, con nuestros pudores femeninos de ocho años, con el fondo en plena calle, nos moríamos de vergüenza; pero no: ¡Dios iba a ayudarnos! ¡No llovería!) En cuanto a que mi disfraz sólo existiera gracias a las sobras de otro, tragué con algún dolor mi orgullo, que siempre había sido feroz, y acepté humildemente lo que el destino me daba de limosna.

¿Pero por qué justamente aquel carnaval, el único de disfraz, tuvo que ser melancólico? El domingo me pusieron los tubos en el pelo por la mañana temprano para que en la tarde los rizos estuvieran firmes. Pero tal era la ansiedad que los minutos no pasaban. ¡Al fin, al fin! Dieron las tres de la tarde: con cuidado, para no rasgar el papel, me vestí de rosa.

Muchas cosas peores que me pasaron ya las he perdonado. Ésta, sin embargo, no puedo entenderla ni siquiera hoy: ¿es irracional el juego de dados de un destino? Es despiadado. Cuando ya estaba vestida de papel crepé todo armado, todavía con los tubos puestos y sin pintalabios ni colorete, de pronto la salud de mi madre empeoró mucho, en casa se produjo un alboroto repentino y me mandaron en seguida a comprar una medicina a la farmacia. Yo fui corriendo vestida de rosa -pero el rostro no llevaba aún la máscara de muchacha que debía cubrir la expuesta vida infantil-, fui corriendo, corriendo, perpleja, atónita, ente serpentinas, confeti y gritos de carnaval. La alegría de los otros me sorprendía.

Cuando horas después en casa se calmó la atmósfera, mi hermana me pintó y me peinó. Pero algo había muerto en mí. Y, como en las historias que había leído, donde las hadas encantaban y desencantaban a las personas, a mí me habían desencantado: ya no era una rosa, había vuelto a ser una simple niña. Bajé la calle; de pie allí no era ya una flor sino un pensativo payaso de labios encarnados. A veces, en mi hambre de sentir el éxtasis, empezaba a ponerme alegre, pero con remordimiento me acordaba del grave estado de mi madre y volvía a morirme.

Sólo horas después llegó la salvación. Y si me apresuré a aferrarme a ella fue por lo mucho que necesitaba salvarme. Un chico de doce años, que para mí ya era un muchacho, ese chico muy guapo se paró frente a mí y con una mezcla de cariño, grosería, broma y sensualidad me cubrió el pelo, ya lacio, de confeti: por un instante permanecimos enfrentados, sonriendo, sin hablar. Y entonces yo, mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que al fin alguien me había reconocido; era, sí, una rosa.