12 enero 2014

PRINCIPALES AUTORES DEL REALISMO RUSO






PRINCIPALES AUTORES DEL REALISMO RUSO:

NIKOLAI VASILIEVICH  GOGOL  
(1809-1852)


La obra de Nikolai Gogol, considerado por muchos críticos como el padre del realismo ruso, sirvió para sentar las bases de lo que sería el Siglo de Oro de las letras rusas.

Dostoyevski, Turgueniev, Tolstoi y Chejov en el siglo XIX, así como Zamiatin, Bulgakov y Nabokov en el siglo XX, reconocieron su deuda con este autor. 


Nikolai Vasilievich Gogol nació en la actual Ucrania, y murió en Moscú. 

Se trasladó a San Petersburgo en 1828, y luego de sobrellevar algunos contratiempos, ingresó en los círculos literarios de esa ciudad en 1831. 

Su humor, el tratamiento de los temas, el empleo de la lengua y de los recursos estilísticos dejaron huellas profundas e hicieron escuela. 

Sus personajes y sus héroes y antihéroes están presentes en la vida cotidiana de los rusos.

Entre sus obras destaca la novela histórica Taras Bulba y Almas muertas, esta novela es una obra maestra que el mismo Gogol describe como un poema épico en prosa.



LEÓN NIKOLAIEVICH TOLSTOI  
(1828-1910)

Nació en Yasnaia Poliana. Se quedó huérfano. Se crió en un ambiente religioso y culto con unos familiares.
Empezó a estudiar pero lo abandonó por lo que se dedicó a leer la Biblia y las obras de Pushkin y Rousseau. 
En 1851 se incorpora al ejército ruso donde se pone en contacto con los cosacos, que fueron los protagonistas de una de sus novelas cortas, Los cosacos (1863). 
Entre 1855 y 1856 escribió Sebastopol donde contó tres historias basadas en la guerra de Crimea.
Después de casarse tuvo una extensa familia y escribió sus dos novelas más importantes: Guerra y paz y Anna Karenina

La obra más conocida es Anna Karenina. En esta obra no es solo una simple historia sentimental si no que Tolstoi critica la hipocresía que dominaba en la época. 
Esta obra nos muestra la dificultad de ser honesto cuando el resto de la sociedad se ha instalado en la hipocresía. 
Por tanto, Tolstoi es un autor racionalista, objetivo y materialista y con una moral optimista. 
De hecho él mismo intentó renunciar a todas sus propiedades para repartirlas entre los campesinos pero no fue posible debido a la oposición de su familia. 



FIODOR MIJALOVICH DOSTOYEVSKI
(1821-1881) 

Nació en Moscú. Entró en un grupo de intelectuales socialistas.
Fue detenido, encarcelado y condenado a muerte. Se le conmutó la condena y tuvo que realizar trabajos forzados y en condiciones miserables.
Una vez pasado este periodo pudo volver con su mujer. Muere en 1881. 

Algunas obras de Dostoyevski son: 
El jugador, una novela corta en la que el autor refleja su propia adicción al juego.
La obra más importante es Crimen y castigo
El autor demuestra que la violencia es intrínsecamente inhumana y que cualquier crimen, independiente de sus motivos es una violación de las normas éticas y humanas.
Con esta idea juzga el movimiento revolucionario de su tiempo.
También en la novela Los hermanos Karamazov aparece el debate del bien y del mal, el concepto de libertad y de moral, y la salvación del pecado mediante el sufrimiento.


ANTON CHEJOV 
(1860-1904)

Dramaturgo y autor de relatos ruso, es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa. 
La crítica moderna considera a Chejov uno de los maestros del relato. En gran medida, a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. 
Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas.
Utilizando temas de la vida cotidiana, Chejov retrató el sentimiento de la vida rusa anterior a la revolución de 1905.
Nos describe las vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellas y sin posibilidad de cambiar una sociedad que sabían que era inherentemente errónea. 
Algunos de los mejores relatos de Chejov se incluyen en el libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910). 

Dentro del teatro ruso, a Chejov se le considera como un representante fundamental del Naturalismo moderno. 

Sus obras dramáticas, lo mismo que sus relatos, son estudios del fracaso espiritual de unos personajes en una sociedad feudal que se desintegraba. 

Para presentar estos temas, Chejov desarrolló una nueva técnica dramática, que él llamó de "acción indirecta". 
Para ello diseccionaba los detalles de la caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa. 
En una obra de teatro de Chéjov muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que las ideas y sentimientos expresados.
Entre sus grandes obras teatrales está La gaviota con reminiscencias del Hamlet de Shakespeare.



































11 enero 2014

EL REALISMO EN LA LITERATURA RUSA


EL REALISMO EN LA LITERATURA RUSA
El siglo XIX  se considera el Siglo de Oro de la literatura rusa, ya que tanto la poesía como la prosa consiguieron alcanzar la excelencia durante este período.

Los autores más destacados del Realismo ruso son: Gogol, Dostoyevski, Tolstoi y Chejov.

En la segunda mitad del siglo XIX los autores rusos no pudieron ignorar la complejidad social y política de su país, y convirtieron la vida cotidiana y el individuo común, en el tema principal de su obra: es la corriente denominada Realismo ruso. 

El Realismo se extendió a las demás artes como, por ejemplo, a la pintura del artista realista ruso Ilya Repin cuyos cuadros ilustran este tema.

EL REALISMO


Este movimiento literario aparece en la segunda mitad del siglo XIX como una superación del Romanticismo.

El Realismo es consecuencia de las circunstancias sociales de la época:

La consolidación de la burguesía como clase dominante
La industrialización
El crecimiento urbano
La aparición del proletariado.


EL REALISMO RUSO


La literatura rusa de la segunda mitad del siglo XIX es realista y a menudo refleja las causas de las desgracias sociales y entra en el mundo de unas clases nuevas y de personas que se encuentran en una situación cambiante.


Los realistas rusos nos introducen en el mundo moral, histórico y social de la vida diaria de una país tan complejo y amplio como la Rusia decimonónica.

A pesar de sus diferencias, entre los escritores realistas rusos se encuentran Chejov, Dostoyevski, Tolstoi y Gogol.




CARACTERÍSTICAS DEL REALISMO RUSO


Describe con detalle los paisajes naturales,  los entornos urbanos, las viviendas y sus decoraciones y los rasgos físicos de las personas.

Esta abundancia de descripciones minuciosas proporciona un ritmo lento a la narración.


El argumento resulta a veces anecdótico.


Se muestra un sentimiento de piedad y compasión por las personas y sus circunstancias vitales. 


Los realistas rusos buscan el significado de la vida incluyendo una gran carga de preocupaciones morales y filosóficas.


EL REALISMO CRÍTICO

En 1830 y principalmente en 1840, en la literatura rusa se desarrolla el Realismo crítico.
El Realismo crítico es una corriente que representa personajes humanos en sus vínculos con las circunstancias sociales y se centra en analizar el mundo interior del individuo.

Aparece entonces la figura de la “persona pequeña”, es decir, ordinaria e insignificante; se trata de un tipo de personaje de una posición social bastante baja, sin ninguna capacidad destacada ni fuerza de voluntad, que no hace nada malo a nadie, con sus historias dramáticas pero muy cotidianas.


Su objetivo principal es presentar "la verdad" de la vida.

REALISMO SOCIOLÓGICO



El fin del siglo XIX es la época de Antón Chejov en la literatura rusa. 
Varios críticos denominan a este periodo Realismo sociológico ya que los temas principales del escritor y dramaturgo son los problemas y los cambios en la sociedad y el destino de los individuos en ella.

Chejov fue pionero en emplear el método del "fluir de la conciencia".
El fluir de la conciencia es un monólogo interno del personaje que reproduce sus impresiones, asociaciones y pensamientos inmediatos en el momento del habla.

Posteriormente este método fue adoptado por los autores modernistas y por James Joyce en primer lugar.




























10 enero 2014

ANTON CHEJOV, UN NIÑO MALIGNO


ANTON CHEJOV

Dramaturgo y autor de relatos es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa. 

La crítica moderna considera a Chéjov uno de los maestros del relato. 

En gran medida, a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. 

Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas.

Utilizando temas de la vida cotidiana, Chéjov retrató la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas y solitarias de personas incapaces de comunicarse entre ellas y sin posibilidad de cambiar una sociedad que sabían que era inherentemente errónea.
Algunos de los mejores relatos de Chéjov se incluyen en el libro publicado póstumamente Los veraneantes y otros cuentos (1910).
Si te apetece leer Un niño maligno uno de los relatos breves de Chejov, puedes hacerlo a continuación:


UN NIÑO MALIGNO
Iván Ivanich Liapkin, joven de exterior agradable, y Anna Semionovna Samblitzkaia, muchacha de nariz respingada, bajaron por la pendiente orilla y se sentaron en un banquito. El banquito se encontraba al lado mismo del agua, entre los espesos arbustos de jóvenes sauces. ¡Qué maravilloso lugar era aquel! Allí sentado se estaba resguardado de todo el mundo. Sólo los peces y las arañas flotantes, al pasar cual relámpago sobre el agua, podían ver a uno. Los jóvenes iban provistos de cañas, frascos de gusanos y demás atributos de pesca. Una vez sentados se pusieron enseguida a pescar.



-Estoy contento de que por fin estemos solos -dijo Liapkin mirando a su alrededor-. Tengo mucho que decirle, Anna Semionovna..., ¡mucho!... Cuando la vi por primera vez... ¡están mordiendo el anzuelo!..., comprendí entonces la razón de mi existencia... Comprendí quién era el ídolo al que había de dedicar mi honrada y laboriosa vida... ¡Debe de ser un pez grande! ¡Está mordiendo!... Al verla..., la amé. Amé por primera vez y apasionadamente... ¡Espere! ¡No tire todavía! ¡Deje que muerda bien!... Dígame, amada mía... se lo suplico..., ¿puedo esperar que me corresponda?... ¡No! ¡Ya sé que no valgo nada! ¡No sé ni cómo me atrevo siquiera a pensar en ello!... ¿Puedo esperar que...? ¡Tire ahora!



Anna Semionovna alzó la mano que sostenía la caña y lanzó un grito. En el aire brilló un pececillo de color verdoso plateado.


-¡Dios mío! ¡Es una pértiga!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Pronto!... ¡Se soltó!

La pértiga se desprendió del anzuelo, dio unos saltos en dirección a su elemento familiar y se hundió en el agua. Persiguiendo al pez, Liapkin, en lugar de éste, cogió sin querer la mano de Anna Semionovna, y sin querer se la llevó a los labios. Ella la retiró, pero ya era tarde. Sus bocas se unieron sin querer en un beso. Todo fue sin querer. A este beso siguió otro, luego vinieron los juramentos, las promesas de amor... ¡Felices instantes!... Dicho sea de paso, en esta terrible vida no hay nada absolutamente feliz. Por lo general, o bien la felicidad lleva dentro de sí un veneno o se envenena con algo que le viene de afuera. Así ocurrió esta vez. Al besarse los jóvenes se oyó una risa. Miraron al río y quedaron petrificados. Dentro del agua, y metido en ella hasta la cintura, había un chiquillo desnudo. Era Kolia, el colegial hermano de Anna Semionovna. Desde el agua miraba a los jóvenes y se sonreía con picardía.

-¡Ah!... ¿Conque se besaron?... ¡Muy bien! ¡Ya se lo diré a mamá!

-Espero que usted..., como caballero... -balbució Liapkin, poniéndose colorado-. Acechar es una villanía, y acusar a otros es bajo, feo y asqueroso... Creo que usted..., como persona honorable...

-Si me da un rublo no diré nada, pero si no me lo da, lo contaré todo.

Liapkin sacó un rublo del bolsillo y se lo dio a Kolia. Éste lo encerró en su puño mojado, silbó y se alejó nadando. Los jóvenes ya no se volvieron a besar. Al día siguiente, Liapkin trajo a Kolia de la ciudad pinturas y un balón, mientras la hermana le regalaba todas las cajitas de píldoras que tenía guardadas. Luego hubo que regalarle unos gemelos que representaban unos morritos de perro. Por lo visto, al niño le gustaba todo mucho. Para conseguir aún más, se puso al acecho. Allá donde iban Liapkin y Anna Semionovna, iba él también. ¡Ni un minuto los dejaba solos!

-¡Canalla! -decía entre dientes Liapkin-. ¡Tan pequeño todavía y ya un canalla tan grande! ¿Cómo será el día de mañana?

En todo el mes de junio, Kolia no dejó en paz a los jóvenes enamorados. Los amenazaba con delatarlos, vigilaba, exigía regalos... Pareciéndole todo poco, habló, por último, de un reloj de bolsillo... ¿Qué hacer? No hubo más remedio que prometerle el reloj.

Un día, durante la hora de la comida y mientras se servía de postre un pastel, de pronto se echó a reír, y guiñando un ojo a Liapkin, le preguntó: «¿Se lo digo?... ¿Eh...?»

Liapkin enrojeció terriblemente, y en lugar del pastel masticó la servilleta. Anna Semionovna se levantó de un salto de la mesa y se fue corriendo a otra habitación.

En tal situación se encontraron los jóvenes hasta el final del mes de agosto..., hasta el preciso día en que, por fin, Liapkin pudo pedir la mano de Anna Semionovna. ¡Oh, qué día tan dichoso aquel!... Después de hablar con los padres de la novia y de recibir su consentimiento, lo primero que hizo Liapkin fue salir a todo correr al jardín en busca de Kolia. Casi sollozó de gozo cuando encontró al maligno chiquillo y pudo agarrarlo por una oreja. Anna Semionovna, que llegaba también corriendo, lo cogió por la otra, y era de ver el deleite que expresaban los rostros de los enamorados oyendo a Kolia llorar y suplicar...

-¡Queriditos!... ¡Preciositos míos!... ¡No lo volveré a hacer! ¡Ay, ay, ay!... ¡Perdónenme...!

Más tarde ambos se confesaban que jamás, durante todo el tiempo de enamoramiento, habían experimentado una felicidad..., una beatitud tan grande... como en aquellos minutos, mientras tiraban de las orejas al niño maligno.

Anton Chejov


Jules Adler, Partida de pesca





02 enero 2014

CHARLES DICKENS, UN ÁRBOL DE NAVIDAD


CHARLES DICKENS, UN ÁRBOL DE NAVIDAD

Un árbol de Navidad, publicado por Dickens en su revista literaria semanal Household Words en 1850,  es un relato inspirado por los niños congregados en torno a una nueva tradición llegada a Inglaterra de origen  alemán, el árbol de Navidad.
El árbol de navidad probablemente lo trajo a Inglaterra el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria, con quien se casó en 1840.

Recogemos aquí un fragmento de ese relato de ambiente navideño con el subtítulo de "Fantasmas de Navidad".

FANTASMAS DE NAVIDAD



...Me gusta volver a casa en Navidad. Todos lo hacemos, o deberíamos hacerlo.

Deberíamos volver a casa en vacaciones, cuanto más largas 
mejor, desde el internado en el que nos pasamos la vida trabajando en nuestras tablas aritméticas, para así descansar. Viajamos hasta casa a través de un paisaje invernal, por campos cubiertos por una niebla baja, entre pantanos y brumas, subiendo prolongadas colinas, que se van volviendo oscuras como cavernas entre las espesas plantaciones que llegan a tapar casi las estrellas chispeantes; y así hasta que estamos en las amplias mesetas y finalmente nos detenemos, con un silencio repentino, en una avenida. En el aire helado la campana de la puerta tiene un sonido profundo que casi parece terrible; la puerta se abre sobre sus goznes y al llegar hasta una casa grande las brillantes luces nos parecen más grandes tras las ventanas, y las filas de árboles que hay frente a ellas parecen apartarse solemnemente hacia los lados, como para dejarnos pasar. Durante todo el día, a intervalos, una liebre asustada ha salido corriendo a través de la hierba cubierta de nieve; o el repiqueteo distante de un rebaño de ciervos pisoteando el duro hielo ha acabado también, por un minuto, con el silencio. Si pudiéramos verles sus ojos vigilantes bajo los helechos, brillarían ahora como las gotas heladas del rocío sobre las hojas; pero están inmóviles, y todo está callado. Y así, las luces se van haciendo más grandes, y los árboles se apartan hacia atrás ante nosotros para cerrarse de nuevo a nuestra espalda, como impidiéndonos la retirada, y llegamos a la casa.



Probablemente huele todo el tiempo a castañas asadas y otras cosas buenas y reconfortantes, pues estamos contando historias de Navidad, historias de fantasmas, o más vergonzosas para nosotros, alrededor del fuego de Navidad, y no nos hemos movido salvo para acercarnos un poco más a él. Pero dejemos eso.



Llegamos a la casa y es una casa antigua, repleta de grandes chimeneas en las que la leña arde en el hogar sobre viejas tenazas, y retratos horrendos (algunos de ellos con leyendas también horrendas) miran con saña y desconfianza desde el entablado de roble de las paredes. Somos un noble de edad mediana y damos una generosa cena con nuestro anfitrión y anfitriona y sus invitados, es Navidad y la vieja casa está llena de invitados, y después nos vamos a la cama.


Nuestra habitación es muy antigua. Está recubierta de tapices. No nos gusta el retrato de un caballero vestido de verde colocado sobre la repisa de la chimenea. En el techo hay grandes vigas negras y para nuestro acomodo particular contamos con una enorme cama negra a la que en los pies le sirven de apoyo dos figuras negras también grandes que parecen salidas de dos tumbas de la antigua iglesia que tenía el barón en el parque. Pero no somos un noble supersticioso, y no nos importa. ¡Todo va bien! Despedimos a nuestro criado, cerramos la puerta y nos sentamos delante del fuego vestido con el camisón, meditando en muchas cosas.







Finalmente, nos metemos en la cama. ¡Muy bien! No podemos dormir. Damos vueltas y más vueltas, pero no podemos dormir. Las ascuas de la chimenea arden bien y dan a la habitación un aspecto fantasmal. No podemos evitar escudriñar, por encima del cobertor, las dos figuras negras y el caballero... ese caballero vestido de verde y de apariencia perversa. Con la luz parpadeante dan la impresión de avanzar y retroceder, lo cual, a pesar de que no seamos en absoluto un noble supersticioso, no resulta agradable.

¡Muy bien! Nos ponemos nerviosos... más y más nerviosos. Decimos: «esto es una verdadera estupidez, pero no podemos soportarlo; simularemos estar enfermos y llamaremos a alguien».

¡Muy bien! Precisamente vamos a hacerlo cuando la puerta cerrada se abre y entra una mujer joven, de palidez mortal y de cabellos rubios y largos que se desliza hasta la chimenea, y se sienta en la silla que hemos dejado allí, frotándose las manos. Nos damos cuenta entonces de que su ropa está húmeda. La lengua se nos pega al velo del paladar y no somos capaces de hablar, pero la observamos con precisión.






Su ropa está húmeda, su largo cabello está salpicado de barro húmedo, va vestida según la moda de hace doscientos años, y lleva en su ceñidor un manojo de llaves oxidadas. ¡Muy bien! Se sienta allí y ni siquiera podemos desmayarnos del estado en el que no encontramos. Entonces ella se levanta y prueba todas las cerraduras de la habitación con las llaves oxidadas, sin que encuentre ninguna que vaya bien; después fija la mirada en el retrato del caballero vestido de verde y con una voz baja y terrible exclama:

«¡El hombre lo sabe!»

Después se vuelve a frotar las manos, pasa junto al borde de la cama y sale por la puerta. Nos apresuramos a ponernos la bata, cogemos las pistolas (siempre viajamos con ellas) y la seguimos, pero encontramos la puerta cerrada. Damos la vuelta a la llave, miramos en el pasillo oscuro y no hay nadie. Lo recorremos tratando de encontrar a nuestro criado. No es posible.

Recorremos el pasillo hasta que despunta el día y luego regresamos a nuestra habitación vacía, caemos dormidos y nos despierta nuestro criado (nunca hay nada que le hechice a él) y el sol brillante. ¡Muy bien! Tomamos un desayuno terrible y todos dicen que tenemos un aspecto extraño. Después del desayuno paseamos por la casa con nuestro anfitrión, y le conducimos hasta el retrato del caballero vestido de verde, y entonces se aclara todo.






Se comportó con falsedad con una joven ama de llaves unida en otro tiempo a esta familia, y famosa por su belleza, que se ahogó en un lago y cuyo cuerpo fue descubierto al cabo de mucho tiempo porque los ciervos se negaban a beber el agua. Desde entonces se ha dicho entre susurros que ella atraviesa la casa a medianoche (pero que va especialmente a esa habitación, en donde acostumbraba a dormir el caballero vestido de verde) probando las viejas cerraduras con las llaves oxidadas. ¡Bien! Le contamos a nuestro anfitrión lo que hemos visto, y una sombra cubre sus rasgos tras lo que nos suplica que guardemos silencio; y así se hace. Pero todo es cierto; y lo contamos, antes de morir (ahora estamos muertos) a muchas personas responsables.






Es infinito el número de casas antiguas con galerías resonantes, dormitorios lúgubres y alas encantadas cerradas durante muchos años, por las cuales podemos pasear, con un agradable hormigueo subiéndonos por la espalda y encontrarnos algunos fantasmas, pero quizá sea digno de mención afirmar que se reducen a muy pocos tipos y clases generales; pues los fantasmas tienen poca originalidad y «caminan» por caminos trillados. Sucede, por ejemplo, que en una determinada habitación de un cierto salón antiguo en donde se suicidó un malvado lord, barón, o caballero, hay en el suelo algunas tablas de las que no se puede borrar la sangre.






Raspas y raspas, como el actual dueño ha hecho, o cepillas y cepillas, como hizo su padre, o friegas y friegas, como hizo su abuelo, o quemas y quemas con ácidos fuertes, como hizo el bisabuelo, pero la sangre seguirá estando allí, ni más roja ni más pálida, ni en mayor ni en menor cantidad; siempre igual. En otra de esas casas hay una puerta encantada que nunca se abrirá; u otra que nunca se cerrará; o un sonido de una rueda de hilar, o un martillo, o unos pasos, o un grito, o un suspiro, un galope de caballos o el rechinar de unas cadenas. O hay un reloj que a medianoche da trece campanadas cuando va a morir el cabeza de familia, o un carruaje sombrío, negro e inmóvil que ve siempre en esos momentos alguien que aguardaba cerca de las amplias puertas del patio del establo. O sucede, como en el caso de Lady Mary, que fue a visitar una casa situada en los Highlands escoceses, y como estaba fatigada por su largo viaje se retiró pronto a la cama y a la mañana siguiente dijo con toda inocencia en la mesa del desayuno:

-¡Me resultó muy extraño que celebraran una fiesta a una hora tan tardía anoche en este remoto lugar y no me hablaran de ella antes de que me acostara!

Entonces todos preguntaron a Lady Mary lo que quería decir. Y ésta contestó:

-Bueno, anoche todo el tiempo oí carruajes que daban vueltas y más vueltas alrededor de la terraza, bajo mi ventana.




Entonces el dueño de la casa se puso pálido, lo mismo que su señora, y Charles Macdoodle de Macdoodle hizo señas a Lady Mary de que no dijera más, y todos guardaron silencio. Tras el desayuno, Charles Macdoodle le contó a Lady Mary que según una tradición de la familia era un presagio de muerte que los carruajes dieran vueltas por la terraza. Y así fue, pues dos meses más tarde moría la señora de la casa. Y Lady Mary, que era doncella de honor en la Corte, contó a menudo esta historia a la Reina Charlotte; y es por esto que el viejo rey decía siempre: «¿Cómo, cómo? ¿Qué, qué? ¿Fantasmas, fantasmas? ¡No existen, no existen!» Y no dejaba de decir esa frase hasta que se iba a la cama.



Y ahora bien, un amigo de alguien al que casi todos conocemos, cuando era un joven que estaba cursando estudios tenía un amigo especial con el que había hecho el pacto de que, si era posible que el espíritu retornara a esta tierra después de separarse del cuerpo, aquel de los dos que muriera primero se le aparecería al otro. Nuestro amigo se olvidó de ese pacto con el curso del tiempo; los dos jóvenes habían progresado en la vida, habían tomado caminos divergentes y se habían separado. Pero una noche muchos años después, estando nuestro amigo en el norte de Inglaterra, y quedándose a pasar la noche en una posada de los páramos de Yorkshire, miró desde la cama hacia fuera; y allí, bajo la luz de la luna, apoyado en un buró cercano a la ventana, y mirándole fijamente, vio a su antiguo compañero de estudios. Cuando éste se dirigió con solemnidad hacia la aparición, ésta respondió en una especie de susurro pero bien audible:

-No te acerques a mí. Estoy muerto. He venido aquí para cumplir mi promesa. ¡Vengo del otro mundo, pero no puedo revelar sus secretos!

En ese momento empezó a volverse más pálido y se fundió, por así decirlo, con la luz de la luna, desapareciendo en ella.




O está el caso de la hija del primer ocupante de la pintoresca casa isabelina, tan famosa en nuestra vecindad. ¿Ha oído hablar de ella? ¿No? Bueno, la hija salió una noche de verano en el momento del crepúsculo; era una joven muy hermosa, de diecisiete años de edad, y se disponía a coger flores del jardín, pero de pronto llegó corriendo, aterrada, hasta el salón donde estaba su padre, a quien le dijo:

-¡Ay, querido padre, me he encontrado conmigo misma!

Él la cogió en sus brazos y le dijo que todo era una fantasía, pero ella replicó:

-¡Oh, no! Me encontré conmigo en el camino ancho, y yo estaba pálida, y recogía flores marchitas, y giraba la cabeza y las levantaba!

Y aquella noche murió la joven; y se empezó a hacer un cuadro con su historia, pero no se terminó nunca, y dicen que ha estado hasta hoy en algún lugar de la casa, con el rostro vuelto hacia la pared.



O la historia del tío de la esposa de mi hermano, que volvía a casa cabalgando al atardecer de un hermoso día y en una calle arbolada cercana a su casa vio a un hombre de pie ante él en el centro mismo de la estrecha calzada.

«¿Qué hace ese hombre del manto ahí parado?», pensó. «¿Quiere que pase con el caballo por encima de él?»

Pero la figura no se movió. Al verlo tan quieto tuvo una sensación extraña, pero siguió avanzando, aunque aflojando el trote. Cuando estuvo tan cerca que llegó a tocarlo casi con el estribo el caballo se asustó y la figura se deslizó hacia arriba, hasta la acera, de una manera curiosa y nada natural: hacia atrás, sin que pareciera utilizar los pies, hasta que desapareció. El tío de la esposa de mi hermano exclamó:

-¡Por el Dios de los cielos! ¡Si es mi primo Harry, el de Bombay!

Espoleó al caballo, que de pronto se había puesto a sudar profusamente, y extrañándose de tan rara conducta dio la vuelta para dirigirse hacia la fachada de su casa. Cuando llegó allí vio la misma figura, que pasaba en ese momento junto a la alargada ventana francesa de la sala de estar, en la planta baja. Le pasó las bridas a un criado y se dirigió presurosamente hacia la figura. Allí estaba sentada su hermana, a solas.

- Alice, ¿dónde está mi primo Harry?

-¿Tu primo Harry, John?

-Sí, el de Bombay. Acabo de encontrarme con él ahora en la avenida, y le vi entrar aquí hace un instante.

Pero nadie había visto a nadie y tal como después se supo, en ese mismo instante moría en India aquel primo.


O está la historia de esa sensible y anciana dama soltera que murió a los noventa y nueve años de edad manteniendo sus facultades hasta el último momento y vio realmente al chico huérfano. Es una historia que a menudo se ha contado incorrectamente, pero de la que la verdad auténtica es ésta, lo sé porque en realidad es una historia de nuestra familia, y ella era amiga de la casa. Cuando tenía unos cuarenta años de edad, y seguía poseyendo una hermosura poco común (su amado murió joven, razón por la cual ella nunca se casó, a pesar de tener numerosas ofertas), fijó su residencia en un lugar de Kent, que su hermano, un comerciante con India, había comprado recientemente.

Se contaba la historia de que en otro tiempo aquel lugar estuvo a cargo del tutor de un joven, que ese tutor sería el segundo heredero y que mató al muchacho con su tratamiento duro y cruel. Ella nada sabía de tales cosas. Se ha dicho que en el dormitorio de ella había una jaula en la que el tutor solía encerrar al muchacho. Es falso. Sólo había un gabinete. Ella se acostó, no hizo llamada alguna durante la noche, pero por la mañana le dijo con toda tranquilidad a la doncella cuando ésta entró:

-¿Quién es ese guapo mocito de aspecto abandonado que estuvo mirando hacia fuera desde el gabinete toda la noche?


La doncella contestó lanzando un fuerte grito y echando a correr al instante. La dama se sorprendió de aquello, pero era una mujer de notable fuerza mental, por lo que se vistió ella sola, bajó las escaleras y acudió a reunirse con su hermano:

-Walter, toda la noche me ha estado inquietando un guapo mocito de aspecto abandonado que constantemente miraba hacia fuera desde el gabinete que hay en mi habitación, y que no puedo abrir. Ahí debe haber algún truco.

-Me temo que no, Charlotte -contestó el hermano-, pues es la leyenda de la casa. Es el huérfano. ¿Qué es lo que hizo?

-Abrió la puerta con suavidad y miró hacia fuera. A veces penetraba uno o dos pasos en la habitación. Entonces yo le llamaba, para animarle, y él se encogía, se estremecía y volvía a meterse de nuevo, cerrando la puerta.

-Charlotte, el gabinete no tiene comunicación con ninguna otra parte de la casa, y está cerrado con clavos.

Aquello era indudablemente cierto y dos carpinteros necesitaron una mañana entera para abrir la puerta y poder examinar el gabinete. Sólo entonces Charlotte quedó convencida de que había visto al huérfano.


Pero lo terrible de la historia es que fue visto sucesivamente por tres de los hijos de su hermano, todos los cuales murieron jóvenes. En cada ocasión, el niño enfermaba, regresaba a casa con fiebre, doce horas antes de la muerte, y le decía a su madre que había estado jugando bajo un cierto roble que había en un prado con un chico extraño, un chico de buen aspecto, pero que parecía abandonado, que era muy tímido y le hacía señas. A partir de esa experiencia fatal los padres llegaron a saber que se trataba del huérfano, y que el destino del niño al que había elegido como compañero de juegos estaba seguramente fijado.


Charles Dickens 
A Christmas Tree 
(Fragmento)