20 enero 2019

RAY BRADBURY, LA ÚLTIMA NOCHE DEL MUNDO



RAY BRADBURY
En una carrera que abarca más de setenta años, Ray Bradbury ha inspirado a generaciones de lectores a soñar, pensar y crear. 
Bradbury fue uno de los escritores más célebres de nuestro tiempo y fue un autor muy prolífico que escribió cientos de cuentos y cerca de cincuenta libros, así como numerosos poemas, ensayos, óperas, obras de teatro y para televisión y guiones cinematográficos.
Sus innovadores trabajos incluyen novelas como Fahrenheit 451 y las Crónicas marcianas
En 2005, Bradbury publicó un libro de ensayos titulado Bradbury Speaks, en el que escribió:
"En mis últimos años me he mirado en el espejo todos los días y he encontrado a una persona feliz mirando hacia atrás. De vez en cuando me pregunto por qué puedo ser tan feliz. La respuesta es que todos los días de mi vida he trabajado solo para mí y para la alegría que se obtiene al escribir y crear. La imagen en mi espejo no es optimista, pero es el resultado de un comportamiento óptimo."
La ultima noche del mundo se publicó en la revista Esquire en 1951.
La historia tiene lugar al inicio de la Guerra fría y en los primeros meses de la guerra de Corea.
Aquí puedes leer este relato completo de Ray Bradbury:

LA ÚLTIMA NOCHE DEL MUNDO
¿Qué harías si supieras que esta es la última noche del mundo?

-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?

-Sí, en serio.
-No sé. No lo he pensado.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un suave y limpio olor a café tostado.
-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
-¡No lo dirás en serio!
El hombre asintió.
-¿Una guerra?
El hombre sacudió la cabeza.
-¿No la bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?
-No.
-¿Una guerra bacteriológica?
-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo suavemente el café-. Solo, digamos, un libro que se cierra.
-Me parece que no entiendo.
-No. Y yo tampoco, realmente. Solo es un presentimiento. A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y solo una cierta paz -miró a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando por la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un sueño anoche”. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ese. Podía habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
-¿Era el mismo sueño?
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los ojos clavados en los escritorios o que se observaban las manos o que miraban la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-¿Y todos habían soñado?
-Todos. El mismo sueño, exactamente.
-¿Crees que será cierto?
-Sí, nunca estuve más seguro.
-¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero decir.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin. Tardará veinticuatro horas.
Durante unos instantes no tocaron el café. Luego levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.
-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer.
-No se trata de merecerlo o no. Es así, simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?
-Creo tener una razón.
-¿La que tenían todos en la oficina?
La mujer asintió.
-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era solo una coincidencia -la mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario -el hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?
-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero no.
-¿Dónde está ese instinto de autoconservación del que tanto se habla?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra cosa.
-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
En el vestíbulo las niñas se reían.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente se pondría a gritar en las calles.
-Pues no. La gente no grita ante la realidad de las cosas.
-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca me gustó la ciudad ni mi trabajo ni nada, excepto vosotras tres. No me faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados, hablando de este modo?
-No se puede hacer otra cosa.
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo. Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros, esta tarde, y durante las próximas horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.
-En cierto modo, podemos estar orgullosos de eso… como siempre.
El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al fin se sirvió otro café.
-¿Por qué crees que será esta noche?
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado, o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a tierra.
-Eso también lo explica, en parte.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.
-No sé… -dijo el marido al salir del dormitorio, mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos así, entornada, para que entre un poco de luz?
-¿Lo sabrán también las chicas?
-No, naturalmente que no.
El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron, juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también habían pasado la velada cada uno a su modo.
-Bueno -dijo el hombre al fin.
Besó a su mujer durante un rato.
-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la mujer.
-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.
-Creo que no.
Recorrieron la casa y apagaron las luces y entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche y retiraron las colchas.
-Las sábanas son tan limpias y frescas…
-Estoy cansada.
-Todos estamos cansados.
Se metieron en la cama.
-Un momento -dijo la mujer.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.
-Me había olvidado de cerrar los grifos.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que reírse.
La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.
-Buenas noches -dijo el hombre después de un rato.
-Buenas noches -dijo la mujer. 



La información para esta entrada sobre Ray Bradbury se ha obtenido, entre otros lugares, de la revista Esquire y de la página oficial de dicho autor:http://www.raybradbury.com/




18 enero 2019

AGATHA CHRISTIE, NIDO DE AVISPAS


AGATHA CHRISTIE

Agatha Christie fue una escritora inglesa del género policíaco, sin duda una de las más prolíficas y leídas del siglo XX.
Agatha Christie ha tenido admiradores y detractores entre escritores y críticos. 
Se la acusa de conservadurismo y de exaltación patriótica de la superioridad británica. 
Pero se reconoce también su habilidad para la recreación de ambientes rurales y urbanos de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, su oído para el diálogo, la verosimilitud de las motivaciones psicológicas de sus asesinos, e incluso su radical escepticismo respecto de la naturaleza humana ya que en sus obras cualquiera puede ser un asesino.
Se la conoce como la Reina del Crimen o la Reina del Misterio.
Escribió a lo largo de su vida más de ochenta novelas de género policíaco, ciento cincuenta cuentos, cerca de veinte obras teatrales, así como seis novelas románticas, además de un par de libros basados en la vida real, entre ellos su autobiografía.
Aquí puedes leer completo Nido de avispas uno de sus relatos breves:

NIDO DE AVISPAS
John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo.
Harrison amaba su jardín, cuya visión era inmejorable en aquel atardecer de agosto, soleado y lánguido. Las rosas lucían toda su belleza y los guisantes dulces perfumaban el aire.
Un familiar chirrido hizo que Harrison volviese la cabeza a un lado. El asombro se reflejó en su semblante, pues la pulcra figura que avanzaba por el sendero era la que menos esperaba.
-¡Qué alegría! -exclamó Harrison-. ¡Si es monsieur Poirot!
En efecto, allí estaba Hércules Poirot, el sagaz detective.
-¡Yo en persona. En cierta ocasión me dijo: “Si alguna vez se pierde en aquella parte del mundo, venga a verme.” Acepté su invitación, ¿lo recuerda?
-¡Me siento encantado -aseguró Harrison sinceramente-. Siéntese y beba algo.
Su mano hospitalaria le señaló una mesa en el pórtico, donde había diversas botellas.
-Gracias -repuso Poirot dejándose caer en un sillón de mimbre-. ¿Por casualidad no tiene jarabe? No, ya veo que no. Bien, sírvame un poco de soda, por favor whisky no -su voz se hizo plañidera mientras le servían-. ¡Cáspita, mis bigotes están lacios! Debe de ser el calor.
-¿Qué le trae a este tranquilo lugar? -preguntó Harrison mientras se acomodaba en otro sillón-. ¿Es un viaje de placer?
-No, mon ami; negocios.
-¿Negocios? ¿En este apartado rincón?
Poirot asintió gravemente.
-Sí, amigo mío; no todos los delitos tienen por marco las grandes aglomeraciones urbanas.
Harrison se rió.
-Imagino que fui algo simple. ¿Qué clase de delito investiga usted por aquí? Bueno, si puedo preguntar.
-Claro que sí. No sólo me gusta, sino que también le agradezco sus preguntas.
Los ojos de Harrison reflejaban curiosidad. La actitud de su visitante denotaba que le traía allí un asunto de importancia.
-¿Dice que se trata de un delito? ¿Un delito grave?
-Uno de los más graves delitos.
-¿Acaso un …?
-Asesinato -completó Poirot.
Tanto énfasis puso en la palabra que Harrison se sintió sobrecogido. Y por si esto fuera poco las pupilas del detective permanecían tan fijamente clavadas en él, que el aturdimiento lo invadió. Al fin pudo articular:
-No sé que haya ocurrido ningún asesinato aquí.
-No -dijo Poirot-. No es posible que lo sepa.
-¿Quién es?
-De momento, nadie.
-¿Qué?
-Ya le he dicho que no es posible que lo sepa. Investigo un crimen aún no ejecutado.
-Veamos, eso suena a tontería.
-En absoluto. Investigar un asesinato antes de consumarse es mucho mejor que después. Incluso, con un poco de imaginación, podría evitarse.
Harrison lo miró incrédulo.
-¿Habla usted en serio, monsieur Poirot?
-Sí, hablo en serio.
-¿Cree de verdad que va a cometerse un crimen? ¡Eso es absurdo!
Hércules Poirot, sin hacer caso de la observación, dijo:
-A menos que usted y yo podamos evitarlo. Sí, mon ami.
-¿Usted y yo?
-Usted y yo. Necesitaré su cooperación.
-¿Esa es la razón de su visita?
Los ojos de Poirot le transmitieron inquietud.
-Vine, monsieur Harrison, porque … me agrada usted -y con voz más despreocupada añadió-: Veo que hay un nido de avispas en su jardín. ¿Por qué no lo destruye?
El cambio de tema hizo que Harrison frunciera el ceño. Siguió la mirada de Poirot y dijo:
-Pensaba hacerlo. Mejor dicho, lo hará el joven Langton. ¿Recuerda a Claude Langton? Asistió a la cena en que nos conocimos usted y yo. Viene esta noche expresamente a destruir el nido.
-¡Ah! -exclamó Poirot-. ¿Y cómo piensa hacerlo?
-Con petróleo rociado con un inyector de jardín. Traerá el suyo que es más adecuado que el mío.
-Hay otro sistema, ¿no? -preguntó Poirot-. Por ejemplo, cianuro de potasio.
Harrison alzó la vista sorprendido.
-¡Es peligroso! Se corre el riesgo de su fijación en la plantas.
Poirot asintió.
-Sí; es un veneno mortal -guardó silencio un minuto y repitió-: Un veneno mortal.
-Útil para desembarazarse de la suegra, ¿verdad? -se rió Harrison. Hércules Poirot permaneció serio.
-¿Está completamente seguro, monsieur Harrison, de que Langton destruirá el avispero con petróleo?
-¡Segurísimo. ¿Por qué?
-¡Simple curiosidad. Estuve en la farmacia de Bachester esta tarde, y mi compra exigió que firmase en el libro de venenos. La última venta era cianuro de potasio, adquirido por Claude Langton.
Harrison enarcó las cejas.
-¡Qué raro! Langton se opuso el otro día a que empleásemos esa sustancia. Según su parecer, no debería venderse para este fin.
Poirot miró por encima de las rosas. Su voz fue muy queda al preguntar:
-¿Le gusta Langton?
La pregunta cogió por sorpresa a Harrison, que acusó su efecto.
-¡Qué quiere que le diga! Pues sí, me gusta ¿Por qué no ha de gustarme?
-Mera divagación -repuso Poirot-. ¿Y usted es de su gusto?
Ante el silencio de su anfitrión, repitió la pregunta.
-¿Puede decirme si usted es de su gusto?
-¿Qué se propone, monsieur Poirot? No termino de comprender su pensamiento.
-Le seré franco. Tiene usted relaciones y piensa casarse, monsieur Harrison. Conozco a la señorita Moly Deane. Es una joven encantadora y muy bonita. Antes estuvo prometida a Claude Langton, a quien dejó por usted.
Harrison asintió con la cabeza.
-Yo no pregunto cuáles fueron las razones; quizás estén justificadas, pero ¿no le parece justificada también cualquier duda en cuanto a que Langton haya olvidado o perdonado?
-Se equivoca, monsieur Poirot. Le aseguro que está equivocado. Langton es un deportista y ha reaccionado como un caballero. Ha sido sorprendentemente honrado conmigo, y, no con mucho, no ha dejado de mostrarme aprecio.
-¿Y no le parece eso poco normal? Utiliza usted la palabra “sorprendente” y, sin embargo, no demuestra hallarse sorprendido.
-No lo comprendo, monsieur Poirot.
La voz del detective acusó un nuevo matiz al responder:
-Quiero decir que un hombre puede ocultar su odio hasta que llegue el momento adecuado.
-¿Odio? -Harrison sacudió la cabeza y se rió.
-Los ingleses son muy estúpidos -dijo Poirot-. Se consideran capaces de engañar a cualquiera y que nadie es capaz de engañarlos a ellos. El deportista, el caballero, es un Quijote del que nadie piensa mal. Pero, a veces, ese mismo deportista, cuyo valor le lleva al sacrificio, piensa lo mismo de sus semejantes y se equivoca.
-Me está usted advirtiendo en contra de Claude Langton -exclamó Harrison-. Ahora comprendo esa intención suya que me tenía intrigado.
Poirot asintió, y Harrison, bruscamente, se puso en pie.
-¿Está usted loco, monsieur Poirot? ¡Esto es Inglaterra! Aquí nadie reacciona así. Los pretendientes rechazados no apuñalan por la espalda o envenenan. ¡Se equivoca en cuanto a Langton! Ese muchacho no haría daño a una mosca.
-La vida de una mosca no es asunto mío -repuso Poirot plácidamente-. No obstante, usted dice que monsieur Langton no es capaz de matarlas, cuando en este momento debe prepararse para exterminar a miles de avispas.
Harrison no replicó, y el detective, puesto en pie a su vez, colocó una mano sobre el hombro de su amigo, y lo zarandeó como si quisiera despertarlo de un mal sueño.
-¡Espabílese, amigo, espabílese! Mire aquel hueco en el tronco del árbol. Las avispas regresan confiadas a su nido después de haber volado todo el día en busca de su alimento. Dentro de una hora habrán sido destruidas, y ellas lo ignoran, porque nadie les advierte. De hecho carecen de un Hércules Poirot. Monsieur Harrison, le repito que vine en plan de negocios. El crimen es mi negocio, y me incumbe antes de cometerse y después. ¿A qué hora vendrá monsieur Langton a eliminar el nido de avispas?
-Langton jamás…
-¿A qué hora? -lo atajó.
-A las nueve. Pero le repito que está equivocado. Langton jamás…
-¡Estos ingleses! -volvió a interrumpirlo Poirot.
Recogió su sombrero y su bastón y se encaminó al sendero, deteniéndose para decir por encima del hombro.
-No me quedo para no discutir con usted; sólo me enfurecería. Pero entérese bien: regresaré a las nueve.
Harrison abrió la boca y Poirot gritó antes de que dijese una sola palabra:
-Sé lo que va a decirme: “Langton jamás…”, etcétera. ¡Me aburre su “Langton jamás”! No lo olvide, regresaré a las nueve. Estoy seguro de que me divertirá ver cómo destruye el nido de avispas. ¡Otro de los deportes ingleses!
No esperó la reacción de Harrison y se fue presuroso por el sendero hasta la verja. Ya en el exterior, caminó pausadamente, y su rostro se volvió grave y preocupado. Sacó el reloj del bolsillo y los consultó. Las manecillas marcaban las ocho y diez.
-Unos tres cuartos de hora -murmuró-. Quizá hubiera sido mejor aguardar en la casa.
Sus pasos se hicieron más lentos, como si una fuerza irresistible lo invitase a regresar. Era un extraño presentimiento, que, decidido, se sacudió antes de seguir hacia el pueblo. No obstante, la preocupación se reflejaba en su rostro y una o dos veces movió la cabeza, signo inequívoco de la escasa satisfacción que le producía su acto.
Minutos antes de las nueve, se encontraba de nuevo frente a la verja del jardín. Era una noche clara y la brisa apenas movía las ramas de los árboles. La quietud imperante rezumaba un algo siniestro, parecido a la calma que antecede a la tempestad.
Repentinamente alarmado, Poirot apresuró el paso, como si un sexto sentido lo pusiese sobre aviso. De pronto, se abrió la puerta de la verja y Claude Langton, presuroso, salió a la carretera. Su sobresalto fue grande al ver a Poirot.
-¡Ah…! ¡Oh…! Buenas noches.
-Buenas noches, monsieur Langton. ¿Ha terminado usted?
El joven lo miró inquisitivo.
-Ignoro a qué se refiere -dijo.
-¿Ha destruido ya el nido de avispas?
-No.
-¡Oh! -exclamó Poirot como si sufriera un desencanto-. ¿No lo ha destruido? ¿Qué hizo usted, pues?
-He charlado con mi amigo Harrison. Tengo prisa, monsieur Poirot. Ignoraba que vendría a este solitario rincón del mundo.
-Me traen asuntos profesionales.
-Hallará a Harrison en la terraza. Lamento no detenerme.
Langton se fue y Poirot lo siguió con la mirada. Era un joven nervioso, de labios finos y bien parecido.
-Dice que encontraré a Harrison en la terraza -murmuró Poirot-. ¡Veamos!
Penetró en el jardín y siguió por el sendero. Harrison se hallaba sentado en una silla junto a la mesa. Permanecía inmóvil, y no volvió la cabeza al oír a Poirot.
-¡Ah, mon ami! -exclamó éste-. ¿Cómo se encuentra?
Después de una larga pausa, Harrison, con voz extrañamente fría, inquirió:
-¿Qué ha dicho?
-Le he preguntado cómo se encuentra.
-Bien. Sí; estoy bien. ¿Por qué no?
-¿No siente ningún malestar? Eso es bueno.
-¿Malestar? ¿Por qué?
-Por el carbonato sódico.
Harrison alzó la cabeza.
-¿Carbonato sódico? ¿Qué significa eso?
Poirot se excusó.
-Siento mucho haber obrado sin su consentimiento, pero me vi obligado a ponerle un poco en uno de sus bolsillos.
-¿Que puso usted un poco en uno de mis bolsillos? ¿Por qué diablos hizo eso?
Poirot se expresó con esa cadencia impersonal de los conferenciantes que hablan a los niños.
-Una de las ventajas o desventajas del detective radica en su conocimiento de los bajos fondos de la sociedad. Allí se aprenden cosas muy interesantes y curiosas. Cierta vez me interesé por un simple ratero que no había cometido el hurto que se le imputaba, y logré demostrar su inocencia. El hombre, agradecido, me pagó enseñándome los viejos trucos de su profesión. Eso me permite ahora hurgar en el bolsillo de cualquiera con solo escoger el momento oportuno. Para ello basta poner una mano sobre su hombro y simular un estado de excitación. Así logré sacar el contenido de su bolsillo derecho y dejar a cambio un poco de carbonato sódico. Compréndalo. Si un hombre desea poner rápidamente un veneno en su propio vaso, sin ser visto, es natural que lo lleve en el bolsillo derecho de la americana.
Poirot se sacó de uno de sus bolsillos algunos cristales blancos y aterronados.
-Es muy peligroso -murmuró- llevarlos sueltos.
Curiosamente y sin precipitarse, extrajo de otro bolsillo un frasco de boca ancha. Deslizó en su interior los cristales, se acercó a la mesa y vertió agua en el frasco. Una vez tapado lo agitó hasta disolver los cristales. Harrison los miraba fascinado.
Poirot se encaminó al avispero, destapó el frasco y roció con la solución el nido. Retrocedió un par de pasos y se quedó allí a la expectativa. Algunas avispas se estremecieron un poco antes de quedarse quietas. Otras treparon por el tronco del árbol hasta caer muertas. Poirot sacudió la cabeza y regresó al pórtico.
-Una muerte muy rápida -dijo.
Harrison pareció encontrar su voz.
-¿Qué sabe usted?
-Como le dije, vi el nombre de Claude Langton en el registro. Pero no le conté lo que siguió inmediatamente después. Lo encontré al salir a la calle y me explicó que había comprado cianuro de potasio a petición de usted para destruir el nido de avispas. Eso me pareció algo raro, amigo mío, pues recuerdo que en aquella cena a que hice referencia antes, usted expuso su punto de vista sobre el mayor mérito de la gasolina para estas cosas, y denunció el empleo de cianuro como peligroso e innecesario.
-Siga.
-Sé algo más. Vi a Claude Langton y a Molly Deane cuando ellos se creían libres de ojos indiscretos. Ignoro la causa de la ruptura de enamorados que llegó a separarlos, poniendo a Molly en los brazos de usted, pero comprendí que los malos entendidos habían acabado entre la pareja y que la señorita Deane volvía a su antiguo amor.
-Siga.
-Nada más. Salvo que me encontraba en Harley el otro día y vi salir a usted del consultorio de cierto doctor, amigo mío. La expresión de usted me dijo la clase de enfermedad que padece y su gravedad. Es una expresión muy peculiar, que sólo he observado un par de veces en mi vida, pero inconfundible. Ella refleja el conocimiento de la propia sentencia de muerte. ¿Tengo razón o no?
-Sí. Sólo dos meses de vida. Eso me dijo.
-Usted no me vio, amigo mío, pues tenía otras cosas en qué pensar. Pero advertí algo más en su rostro; advertí esa cosa que los hombres tratan de ocultar, y de la cual le hablé antes. Odio, amigo mío. No se moleste en negarlo.
-Siga - apremió Harrison.
-No hay mucho más que decir. Por pura casualidad vi el nombre de Langton en el libro de registro de venenos. Lo demás ya lo sabe. Usted me negó que Langton fuera a emplear el cianuro, e incluso se mostró sorprendido de que lo hubiera adquirido. Mi visita no le fue particularmente grata al principio, si bien muy pronto la halló conveniente y alentó mis sospechas. Langton me dijo que vendría a las ocho y media. Usted que a las nueve. Sin duda pensó que a esa hora me encontraría con el hecho consumado.
-¿Por qué vino? - gritó Harrison-. ¡Ojalá no hubiera venido!
-Se lo dije. El asesinato es asunto de mi incumbencia.
-¿Asesinato? ¡Suicidio querrá decir!
-No - la voz de Poirot sonó claramente aguda-. Quiero decir asesinato. Su muerte seria rápida y fácil, pero la que planeaba para Langton era la peor muerte que un hombre puede sufrir. Él compra el veneno, viene a verlo y los dos permanecen solos. Usted muere de repente y se encuentra cianuro en su vaso. ¡A Claude Langton lo cuelgan! Ese era su plan.
Harrison gimió al repetir:
-¿Por qué vino? ¡Ojalá no hubiera venido!
-Ya se lo he dicho. No obstante, hay otro motivo. Lo aprecio monsieur Harrison. Escuche, mon ami; usted es un moribundo y ha perdido la joven que amaba; pero no es un asesino. Dígame la verdad: ¿Se alegra o lamenta ahora de que yo viniese?
Tras una larga pausa, Harrison se animó. Había dignidad en su rostro y la mirada del hombre que ha logrado salvar su propia alma. Tendió la mano por encima de la mesa y dijo:
-Fue una suerte que viniera usted.
Agatha Christie



Para la realización de esta entrada se han utilizado como fuentes la biblioteca digital Ciuda Seva y la página Color By Jorge Henrique Martins










12 enero 2019

EMILIA PARDO BAZÁN, EL ENCAJE ROTO

EMILIA PARDO BAZÁN
La condesa de Pardo Bazán fue una novelista, cuentista, periodista, ensayista y crítica literaria española introductora del Naturalismo en España.

Mujer de extraordinaria capacidad intelectual, está considerada la mejor novelista española del siglo XIX y una de las escritoras más destacadas de nuestra historia literaria.
Emilia Pardo Bazán, con 17 años, se casa con José Quiroga, de 20 años, de familia hidalga con abundantes bienes y rentas.
De este matrimonio nacen tres hijos, Jaime, Nieves y Carmen.
Interesada por el Naturalismo francés, escribe sobre ese tema una serie de artículos que reúne en un libro, La cuestión palpitante
Estalla el escándalo. Se la acusa de ensalzar doctrinas ateas y, aunque ella insiste en considerarse una católica ferviente, el libro amenaza hasta la paz conyugal. 
Su marido le prohíbe que siga escribiendo. 
Al no obedecer ella, el matrimonio empezó a distanciarse y terminó con alejamiento e indiferencia.
Doña Emilia escribe toda la mañana desde muy temprano y dedica la tarde a la sociedad, el teatro, las visitas.
Tiene tertulia propia, a la que asisten todos los intelectuales y escritores de España salvo, naturalmente, los que están peleados con ella. 
Le gustan los encajes y las joyas, colecciona objetos artísticos, tiene siempre flores en su mesa de trabajo.
Tras su divorcio, mantuvo una conocida relación durante veinte años con el escritor Benito Pérez Galdós, aunque no se volvió a casar jamás.
Cuando murió, el 12 de mayo de 1921, había conseguido el título de Catedrática de Literaturas Neolatinas.

EMILIA PARDO BAZÁN Y EL FEMINISMO
Mujer feminista e independiente, dio mucha importancia a su formación académica.
No se sabe, sin embargo, cuándo empezó a desarrollar sus ideas feministas, pero desde muy joven investigó y leyó a los autores que trataban sobre la materia y se nota que existió en ella una inquietud muy grande sobre el tema. 
Llegó a ser la primera corresponsal de prensa en el extranjero, en Roma y en París.
En 1906 fue la primera mujer en presidir la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid.
También fue la primera mujer en ocupar una cátedra de Literatura en la Universidad Central de Madrid, aunque solo le asistió un estudiante a su clase. 
Feminista en un siglo que en su mayoría no compartía esa idea, luchó para erradicar la desigualdad entre sexos y apostó de forma entusiasta por la mejora de la educación entre las mujeres.
Aquí puedes leer completo El encaje roto uno de sus relatos cortos:



EL ENCAJE ROTO

Convidada a la boda de Micaelita Aránguiz con Bernardo de Meneses, y no habiendo podido asistir, grande fue mi sorpresa cuando supe al día siguiente –la ceremonia debía verificarse a las diez de la noche en casa de la novia- que ésta, al pie mismo del altar, al preguntarle el obispo de San Juan de Arce si recibía a Bernardo por esposo, soltó un “no” claro y enérgico; y como reiterada con extrañeza la pregunta, se repitiese la negativa, el novio, después de arrostrar un cuarto de hora la situación más ridícula del mundo, tuvo que retirarse, deshaciéndose la reunión y el enlace a la vez. 
No son inauditos casos tales, y solemos leerlos en los periódicos; pero ocurren entre gente de clase humilde, de muy modesto estado, en esferas donde las convivencias sociales no embarazan la manifestación franca y espontánea del sentimientos y la voluntad. 
Lo peculiar de la escena provocada por Micaelita era el medio ambiente en que se desarrolló. Parecíame ver el cuadro, y no podía consolarme de no haberlo contemplado con mis propios ojos. Figurábame el salón atestado, la escogida concurrencia, las señoras vestidas de seda y terciopelo, con collares de pedrería; al brazo la mantilla blanca para tocársela en el momento de la ceremonia; los hombres con resplandecientes placas o luciendo veneras de órdenes militares en el delantero del frac; la madre de la novia, ricamente prendida, atareada, solícita, de grupo en grupo, recibiendo felicitaciones; las hermanitas, conmovidas, muy monas, de rosa la mayor, de azul la menor, ostentando los brazaletes de turquesas, regalo del cuñado futuro; el obispo que ha de bendecir la boda, alternando grave y afablemente, sonriendo, dignándose soltar chanzas urbanas o discretos elogios, mientras allá, en el fondo, se adivinaban el misterio del oratorio revestido de flores, una inundación de rosas blancas, desde el suelo hasta la cupulilla, donde convergen radios de rosas y de lilas como la nieve, sobre rama verde, artísticamente dispuesta, y en el altar, la efigie de la Virgen protectora de la aristocrática mansión, semioculta por una cortina de azahar, el contenido de un departamento lleno de azahar que envió de Valencia el riquísimo propietario Aránguiz, tío y padrino de la novia, que no vino en persona por viejo y achacoso – detalles que corren de boca en boca, calculándose la magnífica herencia que corresponderá a Micaelita, una esperanza más de ventura para el matrimonio, el cual irá a Valencia a pasar la luna de miel-. En un grupo de hombres me representaba al novio algo nervioso, ligeramente pálido, mordiéndose el bigote sin querer, inclinando la cabeza para contestar a las delicadas bromas y a las frases halagüeñas que le dirigen…
Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial…Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio…Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes…, el obispo formula una interrogación, a la cual responde un “no” seco como un disparo, rotundo como una bala. Y –siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de sus asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: “¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice “no”? Imposible…Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!...” 
Todo esto, dentro de la vida social, constituye un terrible drama. Y en el caso de Micaelita, al par que drama, fue un enigma. Nunca llegó a saberse de cierto la causa de la súbita negativa. 
Micaelita se limitaba a decir que había cambiado de opinión y que era bien libre y dueña de volverse atrás, aunque fuese al pie del ara, mientras el “sí” no hubiese partido de sus labios. Los íntimos de la casa se devanaban los sesos, emitiendo suposiciones inverosímiles. Lo indudable era que todos vieron, hasta el momento fatal, a los novios satisfechos y amarteladísimos; y las amiguitas que entraron a admirar a la novia, minutos antes del escándalo, referían que estaba loca de contento y tan ilusionada y satisfecha, que no se cambiaría por nadie. Datos eran estos para oscurecer más el extraño enigma que por largo tiempo dio pábulo a la murmuración, irritada con el misterio y dispuesta a explicarlo desfavorablemente. 
A los tres años –cuando ya casi nadie iba acordándose del sucedido de las bodas de Micaelita-, me la encontré en un balneario de moda donde su madre tomaba las aguas. No hay cosa que facilite las relaciones como la vida de balneario, y la señorita de Aránguiz se hizo tan íntima mía, que una tarde, paseando hacia la iglesia, me reveló su secreto, afirmando que me permite divulgarlo, en la seguridad de que explicación tan sencilla no será creída por nadie. 

-Fue la cosa más tonta…De puro tonta no quise decirla; la gente siempre atribuye los sucesos a causas profundas y transcendentales, sin reparar en que a veces nuestro destino lo fijan las niñerías, las “pequeñeces” más pequeñas…Pero son pequeñeces que significan algo, y para ciertas personas significan demasiado. Verá usted lo que pasó; y no concibo que no se enterase nadie, porque el caso ocurrió allí mismo, delante de todos; sólo que no se fijaron porque fue, realmente, un decir Jesús. 
Ya sabe usted que mi boda con Bernardo de Meneses parecía reunir todas las condiciones y garantías de felicidad. Además, confieso que mi novio me gustaba mucho, más que ningún hombre de los que conocía y conozco; creo que estaba enamorada de él. Lo único que sentía era no poder estudiar su carácter, algunas personas lo juzgaban violento; pero yo le vía siempre cortés, deferente, blando como un guante, y recelaba que adoptara apariencias destinadas a engañarme y a encubrir a una fiera y avinagrada condición. Maldecía yo mil veces la sujeción de la mujer soltera para la cual…es un imposible seguir los pasos de su novio, ahondar en la realidad y obtener informes leales, sinceros hasta la crudeza –los únicos que me tranquilizarían-. Intenté someter a varias pruebas a Bernardo, y salió bien de ellas; su conducta fue tan correcta, que llegué a creer que podía fiarle sin temor alguno mi porvenir y mi dicha. 
Llegó el día de la boda. A pesar de la natural emoción, al vestirme el traje blanco reparé una vez más en el soberbio volante de encaje que lo adornaba, y era regalo de mi novio. Había pertenecido a su familia aquel viejo Alerón auténtico, de una tercia de ancho –una maravilla-, de un dibujo exquisito, perfectamente conservado, digno del escaparate de un museo. Bernardo me lo había regalado encareciendo su valor, lo cual llegó a impacientarme, pues por mucho que el encaje valiese, mi futuro debía suponer que era poco para mí. 
En aquel momento solemne, al verlo realzado por el denso raso del vestido, me pareció que la delicadísima labor significaba una promesa de ventura y que su tejido, tan frágil y a la vez tan resistente, prendía en sutiles mallas dos corazones. Este sueño me fascinaba cuando eché a andar hacia el salón, en cuya puerta me esperaba mi novio. Al precipitarme para saludarle llena de alegría por última vez, antes de pertenecerle en alma y cuerpo, el encaje se enganchó en un hierro de la puerta, con tan mala suerte, que al quererme soltar oí el peculiar ruido del desgarrón y pude ver que un jirón del magnífico adorno colgaba sobre la falda. Sólo que también vi otra cosa: la cara de Bernardo, contraída y desfigurada por el enojo más vivo; sus pupilas chispeantes, su boca entreabierta ya para proferir la reconvención y la injuria…No llegó a tanto porque se encontró rodeado de gente; pero en aquel instante fugaz se alzó un telón y detrás apareció desnuda su alma. 
Debí de inmutarme; por fortuna, el tul de mi velo me cubría el rostro. En mi interior algo crujía y se despedazaba, y el júbilo con que atravesé el umbral del salón se cambió por un horror profundo. Bernardo se me aparecía siempre con aquella expresión de ira, dureza y menosprecio que acababa de sorprender en su rostro; esta convicción se apoderó de mí, y con ella vino otra; la de que no podía, la de que no quería entregarme a tal hombre, ni entonces, ni jamás…Y, sin embargo, fui acercándome al altar, me arrodillé, escuché las exhortaciones del obispo…Pero cuando me preguntaron, la verdad me saltó a los labios, impetuosa, terrible…Aquel “no” brotaba sin proponérmelo; me lo decía a mí propia…¡para que lo oyesen todos! 
-¿Y por qué no declaró usted el verdadero motivo, cuando tantos comentarios se hicieron? 
-Lo repito; por su misma sencillez…No se hubiesen convencido jamás. Lo natural y vulgar es lo que no se admite. Preferí dejar creer que había razones de esas que llaman serias… 


Emilia Pardo Bazán

06 enero 2019

TEATRO MEDIEVAL, AUTO DE LOS REYES MAGOS

AUTO DE LOS REYES MAGOS
El Auto de los Reyes Magos es una obra de teatro medieval anónima, es el primer ejemplo de teatro castellano, procede de la Catedral de Toledo. 

Son 147 versos polimétricos que constituyen un texto que se supone incompleto.

Compuesto en la segunda mitad del siglo XII y copiado en las páginas sobrantes de un códice (Códice de la Biblioteca Nacional de Madrid vª 5-9, con letra de principios del siglo XIII). 

En el mismo códice se encuentran comentarios sobre textos bíblicos y en dos folios se copia la Representación o Auto de los Reyes Magos.

La lengua del fragmento apunta a una posible fuente francesa.


El texto está escrito como si fuera prosa y hay que atribuir a cada rey sus parlamentos para adaptarlo a las formas teatrales actuales.

Tras su descubrimiento por un canónigo de la catedral de Toledo, el medievalista y filólogo Ramón Menéndez Pidal se encarga de su publicación y lo bautiza como Auto de los Reyes Magos.

Se conserva actualmente en la Biblioteca Nacional de España.

ARGUMENTO



En el Auto de los Reyes Magos se narra la historia de la visita de los Reyes Magos al niño Jesús. 
Esta obra esta basada en el pasaje del Evangelio según San Mateo.

Su argumento es sencillo: los Reyes Magos, siguiendo una misteriosa estrella, se encuentran y discuten la causa de aquel signo, llegando a la conclusión de que Jesucristo ha nacido y deciden seguir a la estrella para adorarlo. 
Visitan al rey Herodes, que se siente indignado ante tal revelación. 
Los Magos parten hacia Belén, mientras que Herodes pide a sus sabios que le digan si es realmente cierto que ha nacido otro rey, y solamente uno de ellos se atreve a asentir.


EDICIÓN DIGITAL DEL AUTO DE LOS REYES MAGOS
Aquí puedes leer la edición digital del Auto de los Reyes Magos haciendo click en este enlace de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:


VERSIÓN ACTUALIZADA DEL AUTO DE LOS REYES MAGOS

















Esta es la versión actualizada del Auto de los Reyes Magos también conocido como Representación de los Reyes Magos realizada para Odres Nuevos.
Los dos cuadros de esta representación están constituidos por sucesivos monólogos y diálogos de los tres reyes, ordenados de acuerdo con una misma estructura: 
Descubrimiento de la estrella 
Interpretación de su significado
Titubeo y dudas
Autoconvencimiento 
Decisión de ir a adorar al Niño Dios

Cada uno de los Reyes Magos por separado, se pone en camino y se van encontrando unos con otros; se dan a conocer y deciden hacer juntos el viaje.

CUADRO I
En lo alto de la escena -que permanece unos instantes a oscuras- brilla intensamente una estrella. Poco a poco, una débil luz nocturna permite ver el tablado dividido en tres hornacinas románicas.
Muy lejana, música de laúd.
La hornacina izquierda -espectador- se ilumina con fuerza. En ella está el rey Gaspar, de pie. Su habla es vehemente.

GASPAR 
¡Dios creador! ¡Qué maravilla!
¿Qué estrella será esa que brilla?;
hasta ahora no la he advertido;
hace bien poco que ha nacido.

Pausa. Gaspar medita.

¿Habrá nacido el Creador;
de todas las gentes señor?
No es verdad, no sé qué me digo;
todo esto no vale ni un higo.
Otra noche la miraré,
y si es verdad, bien lo sabré

Pero no lo ha conseguido: la idea sigue allí. Breve.

¡Gran verdad es lo que yo digo!
En absoluto lo porfío.

Nueva vacilación.

¿No puede ser otra señal?

Y nuevo vencimiento.

¡Esto es, y no es nada más!
Dios -es seguro- nació de hembra
en el mes este de diciembre.
Donde esté iré, lo adoraré,
por Dios de todos lo tendré.

Mientras esta hornacina queda a oscuras, se enciende la de la derecha. El rey Baltasar se apoya en una mesa llena de pergaminos y de instrumentos ópticos.

BALTASAR

No sé esa estrella de do viene,
quién la trae o quién la detiene.
¿Por qué ha surgido esta señal?
Jamás en mis días vi tal.
De cierto ha nacido en la tierra
aquel que, en la paz y en la guerra,
señor será desde el Oriente,
de todos, hasta el Occidente.

Con docta decisión.

Por tres noches me lo veré
y más de veras lo sabré.

Baltasar medita. No está claro que la estrella no sea un engaño.

¿Será verdad que ya ha nacido?
Dudo de lo que he advertido.

Es la última duda: va a seguir su primer impulso. Se yergue con energía, y algunos rollos de pergamino caen por el suelo.

Iré, lo adoraré,
le imprecaré y le rogaré.

Se extingue súbitamente la luz de esta hornacina y se enciende con suavidad la del centro. En un humilde trono, Melchor; a sus pies, con una rodilla en tierra, un paje. El viejo rey habla absorto, mientras apoya su mano diestra en la cabeza del muchacho.

MELCHOR

Válgame el Creador, ¿tal cosa
ha sido alguna vez hallada
o en una escritura encontrada?
No había esa estrella en el cielo:
para eso soy buen estrellero.
Yo no me engaño: he advertido
que un hombre de carne ha nacido
que es el señor de todo el mundo;
así es, como el cielo, rotundo.
De las gentes señor será,
y todo el orbe juzgará.


El rey, movido por la duda, se pone en pie. El paje, aún arrodillado, le escucha con avidez.¿Es...? ¿No es?
Pienso que verdad es.

El paje se levanta con prestanza y se dispone a salir. Pero el rey lo detiene con un gesto.

Lo veré hasta que me persuada
de si es verdad o si no es nada.

El paje, decepcionado, abate la cabeza. Pero Melchor, en un súbito arranque, se rinde a la evidencia.

¡Sí! ¡Ya ha nacido el Creador
de todas las gentes señor!
Yo bien lo veo que es verdad.

Resuelto ya, al paje:

¡He de ir allá, por caridad!

El paje, rebosando alegría, sale corriendo. Oscuro total. La música crece. 



CUADRO II
Cesa la música. Las hornacinas han desaparecido, pero no los arcos. Tras ellos se ve ahora un paisaje de desierto, muy convencional. Los tres espacios están iluminados. En el central y en el de la derecha aparecen, respectivamente, Gaspar y Baltasar. La estrella sigue en lo alto.

GASPAR (A Baltasar)


Dios os guarde, señor. ¿Sois acaso estrellero?


Gaspar asiente con gesto leve y cortés.


Decidme la verdad; de vos saberla quiero.
¿No veis qué maravilla?
¡Un astro nuevo brilla!


BALTASAR (Sonriente, apacible)


Sí, que ha nacido el Creador,
que de las gentes es señor.
Iré y lo adoraré.


GASPAR (Vehemente)


¡Y yo también le rogaré!


En el espacio izquierdo aparece el viejo Melchor, con su paje. Van de camino. Dirigiéndose a los otros reyes.


MELCHOR


Señores, ¿a qué tierra, dónde intentáis llegar?


Baltasar y Gaspar observan con curiosidad al anciano astrónomo. Melchor sale del arco y avanza hasta el centro de la escena.


¿Queréis al Creador conmigo ir a rogar?


Sus interlocutores, vencido el recelo, se aproximan a él. La luz del fondo se extingue. Los tres reyes quedan bajo la estrella.


¿Acaso lo habéis visto? Yo lo voy a adorar.


GASPAR


Nosotros también vamos; querríamoslo hallar.
Sigamos esa estrella: nos guiará al lugar.


MELCHOR


¿Cómo probar podremos si es un hombre mortal,
o si es rey de la tierra, o si lo es celestial?


BALTASAR (Con un dejo de misterio y de malicia)


¿Deseáis bien saber cómo esto lo sabremos?
Oro, mirra e incienso a él ofreceremos.
Si fuere de la tierra rey, el oro querrá;
si fuere hombre mortal, la mirra tomará;
y si rey celestial, de esto se dejará:
elegirá el incienso, que digno de él será.


GASPAR Y MELCHOR (Seducidos por el ingenio de Baltasar)


¡Marchemos ya, y así lo hagamos!


Oscuro total.

Auto de los Reyes Magos 
versión actualizada de Odres Nuevos



REPRESENTACIÓN DEL AUTO DE LOS REYES MAGOS


La obra el Auto de los Reyes Magos se representa los días 2, 3 y 4 de enero en la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora de Colmenar Viejo en Madrid.



Un total de 120 personas participan en esta obra, de las cuales la mayoría son vecinos del municipio.

Hay que destacar la música en directo con instrumentos antiguos y el coro de cámara que ambienta la representación.

En este vídeo puedes ver unas imágenes de la representación del Auto de los Reyes Magos.

 




OTRAS REPRESENTACIONES SOBRE LOS REYES MAGOS

En torno al 6 de enero en muchos pueblos de España se siguen haciendo representaciones populares, en las plazas o en las iglesias del primitivo Auto de los Reyes Magos y sus numerosas variantes y junto con distintas adaptaciones del conocido tema de la visita de los Magos al Niño recogidas de la tradición popular.



Algunas de las localidades de España donde tienen lugar estas representaciones son: Colmenar Viejo, El Viso, Betancuria, Cañada, El Paretón, Paredes de Nava, Churra, Patiño, Rincón de Beniscornia, Javalí Nuevo, Valdemoro, Tejina, Gáldar  o Santillana del Mar, por citar algunas.


Adoración de los Magos por Andrea Mantegna