JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Juan Ramón Jiménez, poeta y profesor nacido en Moguer, un pueblo costero de la provincia andaluza de Huelva y fallecido en su exilio de Puerto Rico.
Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956, es el autor de Platero y yo, una narración lírica que recrea poéticamente la vida y muerte del burro Platero.
El pino de Fuentepiña donde se supone que está la tumba de Platero
PLATERO Y YO
Primera edición de Platero y yo
Platero y yo es el libro más publicado y leído en español después de La Biblia y El Quijote, y ha sido una lectura obligada en las escuelas de Hispanoamérica.
La primera edición de la obra fue en 1914 y apenas contaba con 66 capítulos, un número que tres años más tarde fue incrementado hasta los 138, en la que se consideró la edición completa que sólo se vería ampliada en los años setenta con el capítulo "Platero y los gitanos".
El libro está formado por estampas de su pueblo en las que el poeta va retratando tanto las cosas hermosas del entorno moguereño como las injusticias o la pobreza e ignorancia de la gente, transformadas gracias a su escritura en momentos idílicos, y Moguer en el paraíso de su imaginación.
Vista de Moguer desde Fuentepiña
Si te apetece conocer mejor esta famosa obra de Juan Ramón Jiménez, puedes leerla aquí haciendo click en su título: Platero y yo
Para celebrar el centenario de la publicación de la obra de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, la localidad onubense de Moguer obsequió a los visitantes que recorrieron los lugares más emblemáticos de lo que se ha llamado “La ruta de Platero” con un ejemplar de esta famosa obra.
PLATERO Y YO
CAPÍTULO PRIMERO
PLATERO
CAPÍTULO PRIMERO
PLATERO
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
-Tien' asero...
LA ORTOGRAFÍA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Juan Ramón Jiménez utiliza la transgresión ortográfica como recurso literario.
La peculiar ortografía que emplea el autor y el intento de reproducir los sonidos del andaluz elaboran una lengua personal y propia.
Juan Ramón quería simplificar la ortografía, estaba convencido de que la ortografía española era muy complicada, y por eso era partidario de escribir como se habla, es decir con naturalidad.
La peculiar ortografía que emplea el autor y el intento de reproducir los sonidos del andaluz elaboran una lengua personal y propia.
Juan Ramón quería simplificar la ortografía, estaba convencido de que la ortografía española era muy complicada, y por eso era partidario de escribir como se habla, es decir con naturalidad.
Lo hacía con la g/j, en palabras como “elejía”, “jente”, "intelijencia" o la "Jiralda" de Sevilla.
Con la x/s la simplificaba en términos como "esquisito".
Suprimía algunas haches por mudas, como la hache final en la exclamación "¡Oh!".
Evitaba el uso de la diéresis en palabras como "vergüenza".
Suprimía algunas haches por mudas, como la hache final en la exclamación "¡Oh!".
Evitaba el uso de la diéresis en palabras como "vergüenza".
También redujo algunas parejas de consonantes a una sola: "trasparencia" por "transparencia", o bien "setiembre" por "septiembre".
Los estudiosos de la obra de Juan Ramón creen que esta rebeldía ortográfica no era otra cosa que un recurso del vanguardismo artístico que le tocó vivir.La semilla de sus ideas ha fructificado a lo largo del tiempo y otro Premio Nobel en español, el colombiano Gabriel García Márquez, durante el Primer Congreso de la Lengua Española, celebrado en México en 1997, hizo un llamamiento para jubilar la ortografía en su famoso discurso Botella al mar para el dios de las palabras.
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