21 septiembre 2019

JUAN EDUARDO ZÚÑIGA, LA PRISIONERA

JUAN EDUARDO ZÚÑIGA
Es un escritor y crítico literario español que nació en Madrid el 24 de enero de 1929. 
Estudió Bellas Artes y Filosofía y Letras, centrándose en el ruso y el búlgaro, idiomas de los que es traductor (además del portugués: obtuvo el Premio Nacional de Traducción en 1987  por su adaptación al español de las obras del escritor portugués Antero de Quental).
Ha escrito también numerosos ensayos sobre la literatura eslava. 
Impresionado por la Guerra Civil que vivió, es conocido sobre todo por tratar este tema en su trilogía compuesta por los libros de relatos Largo noviembre en Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003). 
Capital de la gloria, cuyo título hace referencia a un poema de Rafael Alberti, obtuvo el Premio de la Crítica (que había conseguido también con La tierra será un paraíso, que asimismo fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa) y el Premio Salambó. 
Autor de algunas novelas, entre ellas destaca Flores de plomo (1999), sobre el suicidio de Mariano José de Larra y las repercusiones que esto tuvo sobre el Madrid de su época. 

Estoy en el jardín de un antiguo palacio que no sé de quién fue ni cuál es hoy su dueño. La tarde es húmeda y otoñal el ocaso; en el blanco suelo las hojas mueren adheridas al barro. No hace viento, no oigo ningún ruido entre los árboles que forman paseos en los que mudas estatuas, sobre pedestales de hiedra, alzan su desnudez.

Quisiera recorrer este extraño jardín, pero estoy quieto. Nadie lo visita, nadie hace crujir el puentecillo de madera sobre el constante arroyo. Nadie se apoya en las balaustradas del parterre ante la fila de bustos que la intemperie enmascaró con manchas verdinegras.

Estoy ante la gran fachada cubierta de ventanas que termina en altas chimeneas sobre el oscuro alero del tejado. Todo en ella muestra haber sufrido los ataques del tiempo pero estos rigores no dañaron a la única ventana que yo miro. Cada día, tras los cristales, aparece ella, su delicada silueta, y aparta la cortina de tul y largamente pasea su mirada por los senderos que se alejan hacia el río. Vestida de color violeta, siempre seria, eternamente bella, conserva su rostro juvenil, su gesto de candor, atenta a la llegada de alguien que ella espera. Inmóvil, tras el cristal, no habla, no muestra si acepta mi presencia, acaso no me ve. Resignada se dobla mi cabeza sobre el hombro mordido por las lluvias; desearía que sus dedos la rozasen antes de que su mano se haga transparencia. Desfallece mi cabeza enamorada; tras mis ojos vacíos atesoré palabras y palabras de amor dedicadas a ella. Acaso un día logren mover mis labios de durísima piedra.

Juan Eduardo Zúñiga
Misterios de las noches y los días

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