Autora inglesa del género policíaco, sin duda una de las más prolíficas y leídas del siglo XX.
Agatha Christie ha tenido admiradores y detractores entre escritores y críticos.
Se la acusa de conservadurismo y de exaltación patriótica de la superioridad británica.
Pero se reconoce también su habilidad para la recreación de ambientes rurales y urbanos de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, su oído para el diálogo, la verosimilitud de las motivaciones psicológicas de sus asesinos, e incluso su radical escepticismo respecto de la naturaleza humana ya que en sus obras cualquiera puede ser un asesino.
LA AVENTURA DEL PUDDING DE NAVIDAD
Es un relato breve de misterio de tema navideño que transcurre en Kings Lacey, una antigua mansión, en la campiña inglesa.
En esta oportunidad, Agatha nos deleita con El pudding de Navidad, donde un príncipe del Lejano Oriente inicia en Londres un romance con una muchacha a la que regala un valioso rubí emblemático de las tradiciones de su país.
A pesar de su inicial reticencia a abandonar su cómodo y caldeado apartamento en Londres, Poirot, acompañado de su fiel amigo el Capitán Hastings, se traslada en plenas Navidades a una señorial mansión de la campiña inglesa para allí llevar a cabo sus discretas investigaciones.
En el relato, Agatha Christie recrea unas Navidades a la antigua usanza en el campo inglés con toda la familia reunida, las medias de los regalos de los niños, el árbol de Navidad, el pavo y el pudding de ciruelas, los crakers. El muñeco de nieve junto a la ventana...
FRAGMENTO DE LA AVENTURA DEL PUDDING DE NAVIDAD
Aquí puedes leer un pequeño pasaje del relato corto de Agatha Christie titulado El pudding de Navidad:
Aquí puedes leer un pequeño pasaje del relato corto de Agatha Christie titulado El pudding de Navidad:
"En el largo salón de Kings Lacey se disfrutaba una agradable temperatura de veinte grados. Poirot estaba hablando allí con la señora Lacey, junto a una de las grandes ventanas provistas de parteluces. La señora estaba entretenida con una labor. No hacía petit point ni bordaba flores en seda, sino que se dedicaba a la prosaica tarea de bastillar unos paños de cocina. Mientras cosía, hablaba con una voz suave y reflexiva que Poirot encontraba muy atractiva. —Espero que disfrute con nuestra reunión de Navidad, monsieur Poirot. Sólo la familia. Mi nieta, un nieto, un amigo del chico, Bridget, mi sobrina nieta, Diana, una prima, y David Welwyn, un viejo amigo nuestro. Una reunión de familia nada más. pero Edwina Morecombe dijo que eso era precisamente lo que usted quería ver: unas Navidades a la antigua usanza. No podría encontrar más a propósito que nosotros. Mi marido está completamente sumergido en el pasado. Quiere que todo siga exactamente igual a como estaba cuando él era un chiquillo de doce años y venía a pasar aquí sus vacaciones —sonrió para sí—. Las mismas cosas de siempre: el árbol de Navidad, las medias colgadas; la sopa de ostras, el pavo..., dos pavos, uno cocido y uno asado, y el pudding de ciruela, con el anillo, el botón de soltero y demás... No podemos meter en el pudding monedas de seis peniques porque ya no son de plata pura. Pero sí las golosinas de siempre: las ciruelas de Elvas y de Carlsbad, las almendras, las pasas, las frutas escarchadas y el jengibre. ¡Oh, perdón, parezco un catálogo de Fortnum y Mason!
—Está usted excitando mis jugos gástricos, señora.
—Supongo que mañana por la noche sufriremos todos una indigestión espantosa. No está uno acostumbrado a comer tanto en estos tiempos, ¿verdad que no? La interrumpieron unos gritos y carcajadas procedentes del exterior, junto a la ventana. La señora Lacey echó una ojeada. —No sé qué es lo que están haciendo ahí fuera. Estarán jugando a algo. Siempre he tenido mucho miedo de que la gente joven se aburra con nuestras Navidades. Pero nada de eso; todo lo contrario. Mis hijos y sus amigos solían mostrarse displicentes con nuestro modo de celebrar la Navidad. Decían que era una tontería, que armábamos demasiados barullo, y que era mucho mejor ir a un hotel a bailar. Pero la nueva generación parece que encuentra todo esto de lo más atractivo. Además —añadió con sentido común— los colegiales siempre tienen hambre, ¿no le parece? Yo creo que en los internados los deben tener a dieta. Todos sabemos que un chiquillo de esa edad come aproximadamente tanto como tres hombres fuertes.
Poirot se rió y dijo: —Han sido muy amables, tanto usted como su marido, al incluirme a mí en su reunión de familia.
—¡Pero si estamos encantados! —le aseguró la señora Lacey—. Y si le parece que Horace se muestra poco afectuoso, no se preocupe, pues es su temperamento.
Lo que su marido el coronel Lacey, había hecho en realidad era muy distinto: —No comprendo por qué quieres que uno de esos condenados extranjeros venga a fastidiar la Navidad. ¿Por qué no le invitamos en otra ocasión? No trago a los extranjeros. ¡Ya sé, ya sé! Edwina Morecombe quería que lo invitáramos. Me gustaría saber qué tiene esto que ver con ella. ¿Por qué no le invita ella a pasar las Navidades en su casa? —Porque sabes muy bien que Edwina va siempre al Claridge —había dicho la señora Lacey. Su marido le había dirigido una mirada suspicaz. —No estarás tramando algo, ¿verdad, Em? —preguntó. —¿Tramando algo? —Em le miró abriendo mucho sus ojos de un azul intenso—. ¡Qué cosas dices! ¿Qué quieres que esté tramando? El anciano coronel Lacey se rió, con una risa profunda y retumbante. —Te creo muy capaz, Em—dijo—. Cuando pones esa expresión tan inocente es que estás tramando algo."
—Está usted excitando mis jugos gástricos, señora.
—Supongo que mañana por la noche sufriremos todos una indigestión espantosa. No está uno acostumbrado a comer tanto en estos tiempos, ¿verdad que no? La interrumpieron unos gritos y carcajadas procedentes del exterior, junto a la ventana. La señora Lacey echó una ojeada. —No sé qué es lo que están haciendo ahí fuera. Estarán jugando a algo. Siempre he tenido mucho miedo de que la gente joven se aburra con nuestras Navidades. Pero nada de eso; todo lo contrario. Mis hijos y sus amigos solían mostrarse displicentes con nuestro modo de celebrar la Navidad. Decían que era una tontería, que armábamos demasiados barullo, y que era mucho mejor ir a un hotel a bailar. Pero la nueva generación parece que encuentra todo esto de lo más atractivo. Además —añadió con sentido común— los colegiales siempre tienen hambre, ¿no le parece? Yo creo que en los internados los deben tener a dieta. Todos sabemos que un chiquillo de esa edad come aproximadamente tanto como tres hombres fuertes.
Poirot se rió y dijo: —Han sido muy amables, tanto usted como su marido, al incluirme a mí en su reunión de familia.
—¡Pero si estamos encantados! —le aseguró la señora Lacey—. Y si le parece que Horace se muestra poco afectuoso, no se preocupe, pues es su temperamento.
Lo que su marido el coronel Lacey, había hecho en realidad era muy distinto: —No comprendo por qué quieres que uno de esos condenados extranjeros venga a fastidiar la Navidad. ¿Por qué no le invitamos en otra ocasión? No trago a los extranjeros. ¡Ya sé, ya sé! Edwina Morecombe quería que lo invitáramos. Me gustaría saber qué tiene esto que ver con ella. ¿Por qué no le invita ella a pasar las Navidades en su casa? —Porque sabes muy bien que Edwina va siempre al Claridge —había dicho la señora Lacey. Su marido le había dirigido una mirada suspicaz. —No estarás tramando algo, ¿verdad, Em? —preguntó. —¿Tramando algo? —Em le miró abriendo mucho sus ojos de un azul intenso—. ¡Qué cosas dices! ¿Qué quieres que esté tramando? El anciano coronel Lacey se rió, con una risa profunda y retumbante. —Te creo muy capaz, Em—dijo—. Cuando pones esa expresión tan inocente es que estás tramando algo."
Y por si te apetece continuar la historia, aquí puedes leer el relato completo haciendo clik en el siguiente enlace:
El pudding de Navidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario